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jueves, 29 de diciembre de 2011

Lo que la corrupción esconde

Truman Burbank lleva una vida sencilla, sin complicaciones. Podríamos afirmar que es feliz aunque, quizás, nunca se lo haya cuestionado. No hay mayor síntoma de felicidad que ese: no plantearse uno si lo es.

La sencillez de Truman espanta. Quizás por eso su papel fue interpretado por Jim Carrey. Tras caérsele un foco desde el cielo y descubrir que retransmiten todos sus movimientos, en la sintonía de radio que escucha habitualmente en su coche, empieza a preguntarse, y no antes, por su vida y por el mundo que le rodea.

Los tres grandes interrogantes de todo ser humano, ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? se presentan en la mente de Truman de forma súbita al darse de cuenta, progresivamente, de que todo gira alrededor de él.

El show de Truman, película dirigida por Peter Weir en 1998, tiene múltiples implicaciones filosóficas. Es una cinta poliédrica como dirían los sesudos críticos de cine. La vida de Truman es una vida en directo. Su vida, aunque él no lo sepa, es una serie de televisión que cosecha récords de audiencia.

Todo lo que hace es revelado a la audiencia por un sofisticado sistema de cámaras. La vida de Truman es una vida transparente aunque él afirme, casi al final de la película, que nunca han tenido una cámara en su cabeza. La vida de Truman es un Gran Hermano en el que todo se sabe.



El protagonista capta esto y comprende que la única opción que tiene para escapar es tomar la delantera, sorprender con sus movimientos a quienes le controlan. Aunque muchos habrán visto la película, no desvelaré en estas líneas, si Truman consigue escapar del maleficio.

La sociedad de la Revolución digital nos ha convertido a todos en un nuevo Truman. Todo se ve y se comenta gracias a las Redes Sociales. Desde un libro que es retirado de unos grandes almacenes a los más ocultos casos de corrupción, todo es observado y contado en este mundo 2.0 que nos hemos fabricado.

Los políticos –o no políticos- que tienen responsabilidades públicas deberían aprender de esta historia. Pueden pretender acabar con las cámaras. Empresa imposible porque hoy en día todos somos cámaras. O seguir las enseñanzas de Truman y adelantarse a los acontecimientos que, en el caso que nos ocupa, no es otra cosa que transparencia absoluta.

La corrupción es culpa de los corruptos. La corrupción es propia de personas sin catadura moral y se alimenta de la impunidad. A la clase política –a todos en nuestros ámbitos- no le queda otra que adelantarse a los acontecimientos y mostrar a las cámaras que no hay nada que ocultar antes de que se descubra que había mucho escondido.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El discurso del Rey

Los líderes surgen, de manera natural, entre un grupo de personas que sobrellevan una determinada tarea en común. Este liderazgo se puede fundamentar de diversas maneras pero sólo aguanta y se solidifica, en el tiempo, si el líder tiene catadura moral. Todo lo demás -habilidades, empatía, poder, etc.- se queda hueco si el líder no posee un discurso avalado por unos hechos.

Antes de la revolución digital, quizás un líder podía mantener su rol aunque no llevara una vida ejemplar. Una vida poco loable era fácil de ocultar. Mucho más en tiempos pretéritos, no tan lejanos, en los que el líder venía impuesto por razones de sangre o de fuerza. La poca información que circulaba era controlada de manera absoluta. Un líder impuesto es una contradicción en todos sus términos.

Con el advenimiento de la democracia y la sociedad global, un líder debe ganarse su puesto mediante los lazos de los votos y la honradez de sus obras y de aquellos que le rodean. Afortunadamente, ambas realidades están intrínsicamente unidas.

Producen estupor los políticos que pretender limpiar sus corrupciones con el aval de las urnas. El mismo sonrojo provocan los que se adueñan de una patria sin haber sido refrendado por los votos.

El Rey Jorge V muere y le sucede en el trono su hijo Eduardo VIII. Eduardo no lleva una vida ejemplar y se ve obligado a abdicar. Le sucede en el trono su hermano, segundo en el orden de sucesión, que reinará bajo el nombre de Jorge VI.


Bertie, así es llamado Jorge VI en la película El discurso del rey, es honrado y se sabe líder de su pueblo. Afirmar que las monarquías democráticas parlamentarias no son legítimas es tan absurdo como afirmar que los votos libres no son la democracia.
                                         
Pero tiene una dificultad que le paraliza desde pequeño. Es tartamudo. Afortunadamente eso no es cortapisa para una vida digna pero Bertie, al saberse líder, comprende que debe poner su voz al servicio de su pueblo en un momento especialmente difícil: la segunda Guerra Mundial. La trama de la película se centra en esta circunstancia.

Finalmente, Bertie supera su problema y el pueblo encuentra en sus palabras –en su esperado discurso- el empuje moral que necesita para enfrentarse a una situación tan dramática. Las palabras sin hechos son huecas: los hechos sin palabras son ciegos.

Ayer hubo otro discurso, no en película sino en la realidad. Las circunstancias son difíciles aunque no estemos en guerra. Oír que todos somos iguales ante la ley unen en perfecta simbiosis las palabras con los hechos. El final, al igual que el de la película, es bueno y esperanzador.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por imperativo legal

Dirigida por Clint Eastwood, Cartas desde Iwo Jima nos cuenta la desconocida historia de los soldados japoneses que defendieron su tierra contra la invasión norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial.

El general Tadamichi Kuribayashi brilla con luz propia entre sus hombres. Es un hombre de honor y cumplidor del deber. Hace lo que dice, dice lo que hace y cumple con sus obligaciones. Eso le da tal liderazgo que sus hombres no temen morir por su patria por que él lo pide.

Un soldado estadounidense es apresado. Los soldados japoneses deciden matarlo. El general no sólo lo impide; da la orden de que sea cuidado. El diálogo de esta escena es sencillo pero invita a la reflexión.

--¿Acabo con él?
--No. Curadle.
--Pero, señor…
--Okubo, tú esperarías lo mismo, ¿no? […] Endo, cúrale
--Tenemos muy poca morfina. –Ellos no curarían a un soldado japonés herido.
--Hijo, ¿conoces a algún americano? […] Cúrale.

Tadamichi Kuribayashi conoce la regla áurea de la ética: No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.

La escena prosigue. El soldado americano posee una carta enviada por su madre. El general la lee en voz alta. Se emociona. Reconoce en esas sencillas palabras maternas su manera de entender la vida y la ética.

Sam, te envío por correo un par de libros. Espero que te gusten. Ayer los perros hicieron un agujero bajo la verja. Escaparon por el barrio. Para cuando los encontramos los gallos de los Harrison estaban atemorizados. No te preocupes por nosotros. Limítate a cuidarte y a volver sano y salvo. Recuerda lo que te dije. Haz siempre lo correcto porque es lo correcto.


Me imagino a esa madre. Sencilla pero honesta. Habla de cosas sin importancia, cotidianas; los perros, los gallos. Sabe querer: envía a su hijo unos libros. Quizás no tenga mucho dinero ni hacienda pero le recuerda a  su hijo la herencia que le deja: hacer lo correcto porque, sencillamente, es lo correcto.

Lo correcto porque es lo correcto. Un imperativo basado, quizás, en esa máxima kantiana que animaba a actuar de tal manera que nuestro obrar se pudiera convertir en ley universal. A esto tan complejo, Kant lo denominaba imperativo categórico.

Algunos políticos prometen la Constitución por imperativo legal. Es decir, no cumplen porque deban cumplir. La madre de ese soldado no entendería semejante postura. El general japonés, quizás más culto, no entendería a políticos que hicieran eso con su patria. La madre se queda sin herencia que ofrecer. El general, sin país.

Cuando el imperativo moral deja paso al imperativo legal, lo mejor de una sociedad, madres que saben querer o fieles cumplidores del deber, por ejemplo, se quedan huérfanos de lo que más quieren.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El éxito de @ifilosofia en Twitter

Hoy, por fin, he escuchado la entrevista que el pasado día 7 realizaron a Miguel Olmo en el programa “Queremos hablar” de ABC Punto Radio. Miguel Olmo, desconocido para muchos, es una de las personas que más seguidores tiene en Twitter en España. Mientras escribo esto, su cuenta marca un total de 1.190.440 seguidores. ¿Cuántos tendrá cuando termine de escribir este post?

La entrevista me ha sabido a poco. Quizás porque ha sido breve para mi gusto. En todo caso, suficiente para poder atisbar el por qué del éxito de este matemático que escribe sobre un tema tan alejado de los intereses de cualquiera como es, en principio, la filosofía.

Miguel habla de dar un contenido bueno como primera clave de su éxito en las Redes Sociales. Este contenido de calidad lo refleja con sus frases que invitan a la reflexión y con acertijos lógicos que invitan al entretenimiento inteligente.

Análisis de esta primera clave

Si se ofrecen contenidos de calidad, la gente te sigue. No me creo que el éxito de, por ejemplo, la telebasura se deba a que el público demande ese tipo de programas. Ocurre más bien lo contrario. Escasea gente que proponga contenidos con clase. Y, a los pocos que hay, no se le ofrecen oportunidades.

Aporta Miguel una siguiente consideración. Ofrecer contenidos que no creen polémica como, por ejemplo, las cuestiones políticas.

Análisis de esta segunda clave

Si a la calidad de contenidos, se une evitar lo que desune y ofrecer lo que nos une, el éxito está garantizado. Cansa ya ver tanto contenido digital y televisivo que sólo pretende enfrentar. Es mucho más lo que compartimos que lo que nos separa.


@ifilosofia no necesita publicidad ni campañas de imagen. El problema del éxito es querer alcanzarlo a toda costa convirtiéndose así en un fin en sí mismo. Cuando esto ocurre, el fracaso es el resultado final. El éxito llega cuando no se pretende y uno ofrece lo mejor que tiene.

P.D. Ya tiene cien seguidores más.

martes, 6 de diciembre de 2011

La Puerta del Sol, Kilómetro cero de las Redes Sociales

Los mentideros del Siglo de Oro español se situaban en las cercanías de la Puerta del Sol, en Madrid. Artistas, literatos, ciudadanos sin más, se reunían de manera espontánea, para hablar de cualquier cosa, para hablar de todo y enterarse de todo.

Nadie te representaba en esa época o, dicho de otra manera, nadie cuestionaba que debieras ser representado por alguien. Se aceptaba la situación política como algo adherido a tu condición de ciudadano –entre comillas lo de ciudadano- como se aceptaba, sin más, la necesidad de hablar aunque ese hablar no influyera en nada de lo que se decidiera en la Corte.

Si nadie habla por ti, te reúnes con los demás para hablar de lo tuyo, de lo que te inquieta o de lo que quisieras saber y nadie te lo cuenta. Nada peor que no sentirte representado. El advenimiento de la democracia no es otra cosa que el intento de representar a todos y dar voz a todos.

Lejano queda ese Siglo de Oro español y esos mentideros en los que los que no tenían voto se reunían para compartir sus voces. Siglos después, los mentideros vuelven a recobrar todo su esplendor. Un nuevo Siglo de Oro de las letras –de aquello que se escribe en menos de 140 caracteres- reúne en la misma plaza a miles de personas que aún teniendo voto, sienten que su voz no es representada por nadie.


Las Redes Sociales han cambiado la realidad de la democracia. Creo que es erróneo afirmar que las Redes Sociales son la causa de las movilizaciones sociales. Esto último sólo es efecto final de una realidad mucho más profunda y enriquecedora.

Las Redes Sociales posibilitan que miles de personas descubran, en un instante, que piensan de la misma manera y que ciertos asuntos necesitan de un cambio porque nadie, con posibilidad y legitimidad para hacerlo, lo hace.

Al mismo tiempo, las Redes Sociales son frías. Necesitamos ver el rostro de quién nos habla. Y, con la misma rapidez, se busca un lugar de encuentro. Un nuevo mentidero en el que rozarse y compartir, en la realidad, lo comunicado vía 2.0

La Puerta del Sol, kilómetro cero de las comunicaciones tradicionales, es el nuevo lugar de encuentro de esta nueva manera de comunicarse e impulsar todo aquello que no tiene quien lo gestione.

En los mentideros del XVIII, la gente se desahogaba y marchaba a sus casas sin más. La época no posibilitaba rebelión alguna. En esta nueva Puerta del Sol, la gente no se desahoga, propone. Y no se marcha a su casa. Acampan y permanecen. Si no en la misma Puerta del Sol, en hoteles cercanos.

La historia, por desgracia, se repite. El mismo efecto tiene marcharse a casa después de hablar, como pasaba en tiempos lejanos, como no marcharse y quedarse. El mismo efecto, es decir, ninguno. Lastima que este movimiento de sana rebelión se quede en acampadas mediáticas. Necesitamos un kilómetro 2.0 de este nuevo tipo de comunicación.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Los temas prohibidos en los medios de comunicación.

Ludwig Wittgenstein concluyó su Tratado lógico-filosófico con una afirmación que ha pasado a los anales del imaginario colectivo: De lo que no se puede hablar,  mejor callarse.

Hacer pedagogía de esta obra filosófica no es fácil. Wittgenstein pretendió clarificar sobre qué cuestiones se podría hablar, con algún sentido, desde la filosofía. Los temas tradicionales de esta disciplina –Dios, el mundo y el alma- son inasibles al lenguaje y, por tanto, ante ellos sólo cabe guardar silencio. La filosofía que se hace el harakiri en manos de unas de las mejores mentes filosóficas de la historia.

La filosofía sólo tiene un papel a desempeñar: aclarar los equívocos del lenguaje y descubrir los errores que esto ha ocasionado a lo largo de la historia del pensamiento y de las ideas. La filosofía como herramienta terapéutica.

No comparto las tesis de Wittgenstein –interesante que ni el mismo se compartiera a mismo con respecto a la tesis enunciada- ni escribo estas líneas para reflexionar sobre este autor. Vana pretensión escribir sobre filosofía y pretender que te lean.

Los medios de comunicación, hasta hace pocos días, se han tomado al pie de la letra la tesis de Wittgenstein. Hay temas sobre los que no se puede hablar y, por tanto, lo mejor es callarse.

Creo que esa realidad –triste realidad- se ha concretado en dos aspectos que son letales para cualquier sociedad: la muerte del periodismo de investigación y la imposibilidad de hablar sobre la máxima jerarquía del Estado.


La filosofía debe hablar, y mucho, sobre aquello que no es fácilmente expresable. En eso se nos va la vida y nos jugamos la vida porque, en definitiva, necesitamos, como el aire para respirar, hablar de todo aquello que nos desborda y que necesita encontrar un sentido.

Los medios de comunicación –desde el respeto y la dignidad que se merece aquel sobre quién se habla- no pueden hacerse el harakiri y cortarse ellos mismo las alas de la libertad de expresión.

Wittgenstein no pudo matar a la filosofía. Él mismo, en una obra posterior, la resucitó. Lo mismo debe hacerse desde la prensa, la radio, la televisión. Resucitarse a ellos mismo teniendo en sus plumas, voces y rostros el siguiente imperativo informativo: De lo que no se puede hablar, hay que contarlo todo.

No es la libertad lo que nos hace veraces. Lo que nos hace libres es contar toda la verdad.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Los padres dan más problemas a los profesores que los alumnos

Gracias a un twitt de un amigo, he conocido la noticia publicada hoy en el Diario El Mundo -1 de diciembre- que lleva por título el mismo que le he dado a este post: Los padres dan más problemas a los profesores que los alumnos. La noticia está firmada por Paloma D. Sotero.

Desconocía la existencia de un Defensor del Profesor. Ya esto dice bastante de esta profesión. Supongo que más colectivos la tendrán. Mal asunto. Si necesitas defensa es que uno está siendo atacado.

Este defensor ofrece una noticia positiva. Los conflictos entre profesores y alumnos han bajado de manera significativa. Comparto las razones que se esgrimen sobre este descenso.

Primera apreciación del Informe

Se regulan –es necesario hacerlo- los derechos de los alumnos. Pero también hay deberes que se deben respetar. Los centros que tienen autonomía para hacerlos cumplir –ningún alumno se frustra por realizarlos- y les dejan hacer su trabajo están consiguiendo un clima de respeto y convivencia buenos.

Enseñanza clara. Cuando dirigen los que saben –los profesores- se hacen políticas educativas. Cuando se entrometen los políticos, lo uno que se hace es política de la educación y con eso no se va a ningún sitio.

Segunda apreciación

La decisión de algunas autonomías de elevar al profesor a rango de autoridad pública está siendo efectiva. Esta decisión política evidencia el desprestigio de una profesión en la que la palabra del profesor, hasta hace poco, valía nada o menos que nada.

Sin embargo, bienvenida sea. Era necesario hacerlo. Los profesores sienten así que su profesión es digna y al dignificar la profesión se dignifican ellos como personas. No se puede trabajar sabiendo que en esto de la educación, tú profesor eres lo último.

La segunda parte del Informe es demoledora. Aumentan considerablemente las quejas sobre el trato que los profesores reciben por parte de algunos padres; evidentemente no todos. Alarmante es el dato de que el 25 por ciento de las quejas recibidas fueran por acoso y amenazas.


Padres y profesores desunidos: Fracaso de los hijos

Llevo ya años dando clases. En las innumerables tutorías que he tenido con padres siempre les he recomendado –no con todos, sólo con aquellos que me han pedido consejo- que nunca discutan entre ellos delante de los hijos.

Si los niños son pequeños, pensarán que sus padres no se quieren. Eso destroza el corazón de cualquier niño. Si los hijos son mayores, a lo anterior, hay que unir que tomarán partido por uno de los dos. Los padres piensan que tomarán partido por el que más quieren. Gran error. El niño tomará partido por quién le ponga las cosas más fáciles y le exija menos. Son niños. Esperar otra cosa sería de ilusos.

Lo mismo pasa si no se está deacuerdo con un profesor y se le desautoriza en casa. El niño, inevitablemente, tomará partido por sus padres. El profesor exige y mis padres me defienden ante el profesor. La decisión del niño es clara: A este profesor lo puedo torear.

 A estos padres que dejan en mal lugar a los profesores sólo les diría una cosa: No conozco a ningún alumno que se haya torcido en su vida si profesores y padres han estado siempre unidos.