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martes, 14 de agosto de 2012

La huella: El cine como lenguaje


De la insoportable levedad del ser a la broma

Cuando Milan Kundera escribe su insoportable levedad del ser en 1984 se retrotrae a la Praga de finales de los sesenta para contarnos –con una genial escritura e igual genialidad en el más gusto descriptivo- la decadencia existencial del protagonista.

Tomás no es otra cosa que metáfora de un régimen marxista que se descompone a borbotones. La levedad es insoportable cuando la existencia está ahogada por la ausencia de la libertad personal.  

Todo lo demás –esa interpretación tan de Kundera de sintetizar la filosofía de Nietzsche con aquello que jamás dijo el filósofo- es mero recurso argumentativo para glosar una historia que no tiene más remedio que ser contada.

La ausencia de libertad es directamente proporcional a la levedad de una vida. Dado este caso, el único recurso es contar esa historia.

Catorce años más tarde, Milan Kundera publica La Lentitud. Continúa esa insoportable levedad del ser como telón de fondo de su escritura. Sin embargo, -con igual maestría y mal gusto- ofrece, quizás, una posible solución: el redescubrimiento de la lentitud para remansar el ocaso del ser: el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.

Todo esto es sólo el motivo narrativo para  recuperar del olvido una película de 1972, La huella, dirigida por Joseph L. Mankiewicz e interpretada, de manera magistral, por Laurence Olivier y Michael Caine.


Los méritos cinematográficos de la película son diversos: -Guión inteligente y con dosis de humor que requieren de esa misma inteligencia para ser comprendidos. –Valiente adaptación al cine de la obra de teatro homónima. –Enfrentamiento interpretativo entre los dos actores que no dan un ganador claro. –Un inicio –ese jardín laberíntico- que es una declaración de intenciones.

Y lo que me parece más importante. La verdadera apuesta ideológica de Mankiewicz. Una solución vital a la insoportable levedad existencial de uno de sus protagonistas. Esta no es otra que llevar la broma y el juego, como estilo de vida, a su máxima expresión. 

Milan Kundera escribió La lentitud por puro gusto. Mankiewicz hace de éste –otra cosa no es el juego sino el hacer por gusto- el motor de su película.

Quizás –es seguro- tanto una propuesta como la otra se queden cortas. Al leer a Kundera o ver el cine de Mankiewicz experimentamos, al menos, que el ser humano es algo más que intentos fallidos de existencia.

No obstante, el buen cinéfilo disfrutará con esta película que obliga a contar poco de ella para no desvelar lo que no debe ser contado para no estropear la historia. Como las vidas que no quieran ser pura levedad.

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