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domingo, 7 de octubre de 2012

Qué dice el silencio del que calla: la mayoría silenciosa


La mayoría silenciosa –aquellos que no se manifiestan- pueda que, simplemente, tenga un cierto sentido ético de la ciudadanía y no una postura política concreta.
 
Quizás el silencio más clamoroso de la historia fuera el protagonizado por Tomás Moro en su controversia con Enrique VIII. Tomás Moro, Lord Canciller de Inglaterra, fue acusado de alta traición por no prestar juramento al Acta de supremacía que erigía a Enrique VIII como cabeza de la nueva iglesia de Inglaterra. Declarado culpable en un juicio amañado, fue condenado a muerte. Murió en Londres, decapitado, el 6 de julio de 1535. 
 
¿De qué manera no prestó ese juramento Tomás Moro? Guardando silencio. Nunca se manifestó sobre las pretensiones del rey aunque en su interior renegara de las mismas.  Hay que comprender al personaje para entender su actitud.
 
Tomás Moro, católico y fiel defensor de la figura del papado no puede prestar juramento porque eso supondría renegar de su fe. La película, Un hombre para la eternidad (1966) de Fred Zinnemann nos cuenta los últimos años de la vida de este hombre íntegro que supo callar y, al mismo tiempo, con su silencio mostrar a todos sus conciudadanos lo que realmente pensaba de las pretensiones de su rey.
 
El juicio de Tomás Moro es descrito, con maestría, en la cinta de Zinnemann. El acusador de Moro analiza los tipos de silencio que pueden darse. Por ejemplo, el de un muerto. Si se le hace una pregunta a un muerto, éste no dirá nada. Es un silencio sin más. Fácil de explicar y sin ninguna casuística que comentar.
 
 
El acusador prosigue. Imaginemos que un hombre, delante de muchos otros, saca un cuchillo y arremete, de manera violenta, contra la persona que tiene junto a sí. El público, que contempla la escena, calla. En un posible juicio, esos que guardaron silencio serían acusados de delito también pues su silencio les hace cómplices de la acción homicida. Con su silencio, no hicieron nada por impedir el atropello y deberán pagar por ello.
 
El acusador expeta a Tomás Moro que el silencio, según las circunstancias, habla. Y que su silencio, ese no prestar juramento al Acta de Supremacía, le delata. No hablar es, en definitiva, negarse a jurar al igual que los que no dijeron nada en la agresión con cuchillo son cómplices de la acción.
 
Tomás Moro se defiende. Y le recuerda una máxima de la ley de la época. Quien calla otorga. El, calla, luego, con su silencio, otorga ante el Acta de Supremacía. El tribunal se solivianta ante la inteligencia de Tomás Moro y no tiene más remedio que acudir a un testigo comprado para condenarlo.
 
Como bien se indica en la escena, nunca un silencio fue más clarificador. Todo el mundo sabía lo que opinaba Tomás Moro aunque nunca pronunciara palabra alguna al respecto.
 
En los últimos días, se hacen intentos por poner palabras a aquellos que no se manifiestan en las calles para protestar por la situación económica y política. Más allá de esta circunstancia, viene bien recordar que, quizás, el que calle otorgue pero nunca sabremos, a ciencia cierta, en qué dirección otorga.
 
Salvo que los que callen sean como Tomás Moro. El silencio de las personas íntegras es fácilmente traducible. La mayoría silenciosa –aquellos que no se manifiestan- pueda que, simplemente, tenga un cierto sentido ético de la ciudadanía y no una postura política concreta.

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