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domingo, 29 de abril de 2012

La utilidad del sufrimiento

El dolor de hoy es parte de la alegría de mañana

He leido -sinceramente no sé en que parte- que causa furor un libro que se denomina La inutilidad del sufrimiento. Tampoco he leido el libro por lo que no sería honesto reflexionar sobre algo que uno no conoce. Copiar y pegar es una actividad que repugna a la razón, parafraseando a Kant.

Si quisiera hacerlo sobre el título del mencionado libro proponiendo -en primer luagr- un acercamiento cinematográfico a la vida del escritor inglés C.S. Lewis de la mano de Richard Attenborough y su película Tierras de penumbra. En un próximo Post, intentaré reflexionar sobre la siguiente afirmación: Nada más útil que el sufrimiento y nada más absurdo que pretender evitarlo o suprimirlo perdiendo la oportunidad de darle un sentido.

Richard Attenborough, sabe recrear en la pantalla la vida del escritor y profesor inglés C. S. Lewis si bien, algunos aspectos no coinciden del todo con la realidad y la vida del personaje. Por ejemplo, no aparece un segundo hijo de Joy, o la propia Joy aparece más joven y resuelta en la película que como era en realidad. Lewis aparece excesivamente envuelto en su vida privada, alejado de todo acto social, si bien era ya un afamado escritor gracias a  Las Crónicas de Narnia y gran amante de las tertulias literarias.

Sin embargo, estos aspectos no quitan realismo a la película, y en ella se reconoce al escritor en su esencialidad así como el drama personal y existencial que supuso para él la muerte de Joy. El director propone una cuidada puesta en escena, con un ritmo adecuado, que permite la definición de los caracteres de los protagonistas. Al mismo tiempo, sabe evitar el gran error que supondría convertir la película en un soporífero discurso dramático –el tema se ofrece a ello- sustituyendo ese peligro por una invitación constante a la reflexión.

Deja, en todo momento, que se recreen los actores en la interpretación de sus papeles, invitando a la cámara a recogerlos en sus magníficas interpretaciones; especialmente en el caso de Anthony Hopkins y Debra Winger. Una vez más, unos buenos actores ensalzan a una película; y un buen director, sabe sacar baza de esa posibilidad. La música sumerge en los momentos de tristeza cuando se presentan y en la esperanza cuando ésta se abre paso.

Tierras de penumbra es una obra de arte. Quizás por lo expuesto anteriormente. Pero, sin duda, porque tiene el acierto de mostrar una historia humana en toda su grandeza y valor, sin caer en el patetismo sensiblero y sin adoctrinar a los espectadores.


Ficha Técnica
Director: Richard Attenborough. Intérpretes: Anthony Hopkins (C.S. Jack Lewis), Debra Winger (Joy Gresham), Joseph Mazzello (Douglas Gresham), Edward Hardwicke (Warnie Lewis), John Wood (Prof. Christopher Riley), Michael Dennison (Rvdo. Harry Harrigton), James Frain (Peter Whistler), Robert Flemyng (Claude Bird), Andrew Hawkins (Rupert Parrish). País: Gran Bretaña. Año: 1993. Producción: Richard Attenborough y Brian Eastman, para Spelling Films Int/Price Entertainment/Savoy Pictures. Guión: William Nicholson. Música: George Fenton. Fotografía: Roger Pratt. Dirección artística: Stuart Craig. Duración: 135 minutos. Género: Drama. Premios: Premios 1993 al mejor actor de Los Angeles Film Critics Association, del National Board of Review y del New York Film Critics Circle. Nominación al Oscar 1993 a la mejor actriz y al mejor guión adaptado.

Sugata Mitra, Vigotsky y la reforma educativa (I)

Ideemos la manera de colocar un ordenador con conexión a internet en algún remoto lugar del mundo en el que no haya conocimiento alguno de esta realidad tecnológica –ni de ordenadores ni de conexiones- y en el que la situación social de pobreza sea dramáticamente evidente.

Compliquemos más el asunto. Tengamos seguridad de que en esa zona hipotética, sus habitantes carezcan de un conocimiento absoluto del inglés. Y, rizando más el rizo, asegurémonos de que  el idioma de esos habitantes, un idioma extraño, no tiene páginas indexadas en la red de redes. Conseguido todo esto, dejemos el montaje a la vista de los niños del lugar y observemos qué ocurre.

Este supuesto no es más que el trabajo de investigación desarrollado durante nueve años por el científico indio Sugata Mitra. La conclusión del estudio es demoledora: Los niños pueden saltarse todo un ciclo escolar con el uso exclusivo de ordenadores e internet. Estamos ante el conocido proyecto de investigación denominado Hole in the wall o Agujero en el muro.

Invito a visionar el video de una de sus numerosas conferencias para que los posibles lectores de este Post conozcan dichas investigaciones y sus consecuencias pedagógicas. De esta menara, podré centrarme en lo que considero realmente importante y revolucionario en este discurso constante –y, en muchas ocasiones aburrido por que se dan palos de ciego- sobre la necesaria reforma educativa.

Los niños son capaces de organizar su propio aprendizaje. Necesitan pocos instrumentos para hacer factible esta realidad. Un ordenador, una conexión a internet y el trabajo cooperativo entre ellos. La figura del profesor brilla por su ausencia. Los niños aprenden haciendo –no escuchando a alguien- y ayudándose entre ellos –y no trabajando de manera aislada-.

Esta evidencia, contrastada científicamente por Sugata Mitra, posee una conexión clara con los presupuestos educativos esgrimidos por el psicólogo ruso Lev Vigotsky. La inteligencia se desarrolla por medio de herramientas que el niño encuentra en su entorno próximo. Con el uso de estas herramientas, el niño amplía  sus habilidades mentales. Herramientas y actividad posibilitan la interiorización de estructuras mentales más complejas.

Las herramientas posibilitan que el niño haga cosas, no sólo con su mente, sino también con sus manos, con su cuerpo; si el entorno no proporciona adecuadas herramientas, hagamos lo posible por proporcionarlas (un ordenador en un agujero de la pared)

Sinceramente, creo que Vigotsky jubiló intelectualmente, hace ya lustros,  las tesis de aprendizaje de Jean Piaget. Sin embargo, nuestra enseña sigue siendo tan  piagetiana que los niños se aburren en las aulas y, evidentemente, no aprenden.  

Supongamos que un niño es un vaso. El aprendizaje es el agua. El proceso de aprendizaje es llenar el vaso de agua. Estemos tranquilos. Es fácil. Es cuestión de coger el vaso (el niño) y ponerlo debajo del grifo. Abrirlo y esperar, sin más, a que el niño aprenda. Esto, en definitiva, es lo que nos dice Piaget.

Afortunadamente, lo que no consiguió Vigotsky lo conseguirán las Nuevas Tecnologías. El niño es, al mismo tiempo, el vaso, el agua y la acción de llenar el vaso con esa agua. Sugata Mitra debe ser tenido en cuenta.
¿El papel del profesor en todo esto? Debe ser la herramienta que posibilite el uso de esas herramientas tecnológicas que ya poseemos. Seguiremos en un próximo Post pero sirvan, por ahora, algunas reflexiones:

-Un profesor que plantee preguntas y no respuestas. Todas las respuestas están ya en la nube pero no así las preguntas oportunas. Cómo ejemplifica Sugata Mitra, no preguntemos cuánto mide la Torre Eiffel sino quién la construyó y por qué.

-Las Nuevas Tecnologías han abierto un nuevo paradigma de aprendizaje. La escuela, los profesores y los libros de texto siguen en el paradigma de enseñanza heredado de la Revolución Industrial.

-Las políticas educativas también se llevan su parte. Somos conscientes de este cambio de paradigma pero seguimos evaluando a los alumnos con pruebas de nivel propias de épocas pasadas: Selectividad, Pisa, etc. Conocer ya no es recordar como diría Platón. Para recordar, esta Google.

-Los cerebros de los niños actuales son cerebros interconectados a semejanza de la Red. La escuela sigue siendo unidireccional. Eso, además, implica, que los niños aprenden mejor en grupos de trabajo y no de manera individual.

-La escuela unidireccional (del profesor al alumno) no divierte. La mente de un niño está programada para que le guste hacer aquello que le hace disfrutar y no otra cosa. (Niño, ponte bien, cállate, estate quieto y atiende)

sábado, 21 de abril de 2012

El show de Truman: El cine como lenguaje

Ya no sé que pensar. Quizás es que me estoy volviendo loco pero ... tengo la impresión de que el mundo gira alrededor de mí.

Peter Weir muestra, en esta película, su maestría como director evocando el gran logro cinematográfico que supuso El club de los poetas muertos. Y este buen hacer se hace patente por la perfecta combinación que hace entre comedia y drama. El Show de Truman provoca, por momentos, la sonrisa del espectador y, en otros, la tensión dramática que vive el protagonista. Este equilibrio entre drama y comedia no es siempre fácil de llevar a la gran pantalla.

Weir cuenta con la ayuda de un sólido guión, bien estructurado, creíble y, en ocasiones, de gran originalidad. En el cine de comedia, un buen guión es pieza fundamental para que una película conecte por entero con el espectador.

Es de destacar como la película va poniendo en antecedentes al espectador. Ves la vida de un hombre con pocas pretensiones y ambiciones, con una vida solucionada e instalada.  Sin más explicaciones argumentativas cinematográficas, empiezan a ocurrir cosas que hacen que Truman piense que su mundo es, al menos en un principio, muy extraño. Esta sensación también la va creando, al mismo tiempo, el espectador.

Sin embargo, y este efecto produce una mayor involucración del espectador en el drama que sufre Truman, el director nos muestra la trampa de ese mundo antes de hacérsela patente a Truman. Como acompañamiento de todo este desvelamiento de la trama, una cuidadosa banda sonora recrea el clima adecuado para conseguir el efecto descrito junto con una impecable ambientación de la época, años cincuenta, a cargo de Dennos Grassner.

Peter Weir consigue delimitar a los distintos personajes, dándoles personalidad propia; especialmente con Jim Carey que ofrece, por primera vez en esta película, un perfil de actor alejado –afortunadamente- de su histrionismo característico repleto de muecas y gestos incontrolables.

Mención especial merece la magnífica interpretación  de  Ed Harris como Christof, director de la serie que recrea la vida de Truman, como una parte más que ha hecho posible el éxito en su momento, y en la actualidad, de esta película.


Ficha Técnica

Director: Peter Weir. Intérpretes: Jim Carey (Truman Burbank), Ed Harris (Christof), Laura Linney (Meryl), Natasha McElmore (Laura-Sylvia), Brian Delate (padre de Tuuman), Holland Taylor (Madre de Truman) País: Estados Unidos. Año: 1998. Producción: Scout Rudin, Andrew Niccol, Edward Feldman y Adam Schoeder, Paramount Picture. Guión: Andrew Niccol. Música: Burkhard Dallwitz y Philip Glass. Fotografía: Peter Biziou. Dirección Artística: Dennos Gassner. Duración: 110 minutos. Género: Tragicomedia televisiva. Premios: Candidaturas a los Oscar al mejor director, actor secundario (Ed Harris) y guión original.

lunes, 16 de abril de 2012

Mejor Imposible: El cine como lenguaje

Tengo un piropo para ti; tú haces que quiera ser mejor persona

James L. Brooks, director y guionista de esta película, saltó a la fama con el largometraje, de lágrima fácil, La fuerza del cariño, con la que consiguió, en 1984, cinco Oscars de la Academia de Hollywood.

En esta ocasión, recrea una divertida comedia en la que se entremezclan, con habilidad narrativa, la risa y la lágrima, la alegría y la tristeza, el amor y el desamor, con el complemento y logro de llenar de ideas y pensamientos la película, cuestión no fácil en una comedia.

En los últimos tiempos la comedia de corte romántico se ha desprestigiado porque su producción masiva ha conducido a resultados simples y predecibles. En los años 80 vimos Tootsie y Hechizo de luna, que mantenían todavía la esencia del buen género. En los 90, casi todas han sido repetitivas y vanales: Tienes un e-mail, Nothing Hill, La carta de amor, etc.

La fuerza discursiva de Mejor Imposible se centra en su magnífico guión, repleto de frases memorables y diálogos magistrales. Cada personaje habla y se expresa según su personalidad; y cada palabra que se dice, condensa toda la intención de la historia que se está contando. En definitiva, es una trama simple que se sabe contar con sencillez.

Jack Nicholson recrea a la perfección las rarezas de su personaje sin caer en el histrionismo. Hellen Hunt encarna la ternura, la sencillez y el sentido común en sus gestos y miradas. Greg Kinnear, que no obtuvo un merecido oscar. Los dos primeros, desbancaron a los mismísimos Tom Hanks (Salvar al soldado Ryan) y Kate Winslet (Titanic) en la carrera de los Oscars.

Un guión sin buenos actores no conduciría al éxito. Y este es el segundo aspecto básico que Brooks aprovecha a la perfección. Los tres protagonistas bordan su trabajo interpretativo, brillando cada uno con luz propia. Son, de por sí, buenos actores, pero el director sabe sacarles su máximo partido.

El cine es un lenguaje y la cámara es, en ocasiones, su canal comunicativo. En Mejor Imposible, la cámara se mueve con agilidad y da viveza y ritmo al desarrollo de la historia. La banda sonora es pegadiza y ligera, a tono con la comedia.


Ficha Técnica

Director: James L. Brooks. Intérpretes: Jack Nicholson (Melvin Udall), Helen Hunt (Carol Connelly), Greg Kinnear (Simon Bishop), Cuba Gooding, Jr. (Frank Sachs), Skeet Ulrich (Randy), Shirley Knight (Beverly), Jesse James (Spencer Connelly). País: Estados Unidos. Año: 1997. Producción: Kristi Zea y Bridget Johnson, para TriStar. Guión: Mark Andrus. Música: Hans Zimmer. B.S.O.: Varese Zarabande. Fotografía: John Bailey. Dirección artística: Bill Brzeski. Montaje: Richard Marks. Duración: 138 minutos. Género: Comedia. Premios: Globos de Oro 1997 a la mejor película de comedia, actriz y actor. Oscar 1997 al mejor actor y actriz.

domingo, 15 de abril de 2012

Caerse en el peor momento y en el peor sitio

Wittgenstein formuló su visión del lenguaje como un juego. Cada cultura, cada sociedad tiene sus reglas como los diversos juegos tienen las suyas. Jugar a cualquier juego requiere conocer sus normas y respetarlas. Si no, no hay juego posible. Si no gusta un juego, hay otros. Pretender jugar con tus propias normas, sólo acarreará ser expulsado del mismo.

Algo parecido ocurre con el lenguaje. El lenguaje posee un conjunto de normas que nos posibilita comprender el mundo. Sin embargo, las situaciones en las que se da el lenguaje son diversas, como diversas y distintas son las culturas y las personas que lo emplean.

En cada situación, los hablantes utilizan reglas diferentes. Así, por ejemplo, comprender a una persona budista requerirá conocer su lenguaje. En sentido estricto, sólo siendo budista se comprenderá que es ser budista. La situación, mi situación, es la que da sentido a mi lenguaje.

Simplificando al máximo las Investigaciones filosóficas de nuestro filósofo, cuando hablamos no sólo exteriorizamos nuestro pensamiento. En cierta medida, hablo según mi estilo de vida. Pensamiento y lenguaje se retroalimentan.

Las nuevas tecnologías han elevado al infinito la importancia de la situación a la hora de enjuiciar lo que se expresa; tanto con palabras como con hechos. Un discurso oportuno puede propiciar la subida de las bolsas. Una caída inoportuna, el derrumbe de una institución.


¿Por qué? Afortunadamente, todos podemos opinar sobre la situación económica que nos agobia. Podemos discrepar sobre nuestra visión sobre ella. Si el gobierno lo hace bien o mal, si la oposición está a la altura o no de las circunstancias. Esto es lo de menos. Viva la libertad de cada uno para opinar como quiera.

Lo importante es la situación común creada. Todos estamos preocupados y todos podemos opinar de manera inmediata gracias a las nuevas maneras de comunicación que permiten herramientas como Twitter. La situación es de crisis galopante. Todo lo que hagan nuestros políticos –y no políticos pero que ostentan responsabilidades de Estado- será examinado bajo esta regla de lenguaje que es la crisis.

Olvidar esta situación –esta realidad dramática- de crisis y hablar o actuar de espaldas a ella es situarse fuera del contexto general de los ciudadanos. Irse a cazar con la que está cayendo es desconocer esta realidad, apartarse de ella y hacerse prescindible. Es estar jugando a un juego que nadie quiere jugar usando reglas propias distintas.

El ajedrez y el desarrollo intelectual de los niños (III)

¿Potencia el ajedrez facultades en cualquier niño? Si, pero no las que se ofrecen como obvias. Por jugar al ajedrez, no se conseguirá, por ejemplo, que se potencie la concentración/atención si no se tienen esas cualidades previamente.

Un niño inquieto podría pasarlo mal si se sienta minutos y minutos delante de un tablero de ajedrez sin poder hacer otra cosa que mirar las casillas estáticas. ¿Imposible entonces que este hipotético  niño pueda potenciar esas capacidades con este noble deporte? En absoluto. Sólo tengamos prudencia. Ayudemos a ese niño a ganar en concentración con métodos más dinámicos. Eso es todo. Luego, será el momento en el que el ajedrez haga el resto.

En definitiva, la cuestión es ¿Qué cualidades potencia el ajedrez, de manera natural, en cualquier niño? ¿Cuáles potencia, de manera exclusiva, en algunos niños según su perfil?

Sea el niño como sea y posea las cualidades que posea, el ajedrez potenciará –siempre con la práctica asidua de este deporte- el pensamiento convergente y divergente.

El pensamiento convergente es aquel que nos lleva a una respuesta determinada o convencional. Es un pensamiento de tipo lógico que se utiliza, por ejemplo, para la resolución de un sistema de ecuaciones en matemáticas. Un camino a seguir, una sola solución correcta.

El pensamiento divergente es creativo. Admite diversos caminos y distintas soluciones todas válidas. Es el tipo de pensamiento que puede utilizar un artista o un investigador que lucha para la curación del cáncer.

Ambos pensamientos son claves en cualquier desarrollo intelectual. Sin embargo, pocas actividades potencian ambos campos. Quizás este sea unos de los graves problemas de nuestro sistema educativo. Un sistema que trabaja desde el pensamiento convergente y para el pensamiento convergente.

El ajedrez, por definición, trabaja a la perfección ambas posibilidades. Pongamos dos ejemplos sencillos para explicar esta cuestión.

Pensamiento convergente

Llegamos al final de una partida. Las blancas poseen, rey y torre. Las negras, sólo su rey. Hay que dar Jaque Mate. El proceso es un proceso lógico que sólo admite un camino que está determinado por la manera de moverse esas piezas.


Pensamiento divergente

Nos encontramos en el medio juego de una partida. La posición es cerrada y se hace difícil encontrar una jugada que otorgue ventaja. Sin embargo, el jugador de las negras encuentra una solución que va más allá de la propia cualidad de las piezas. Sacrificará un caballo para conseguir una posición ganadora.


Potenciar el pensamiento convergente de los niños les ayudará en sus estudios. Al menos en los países de tradición europea cuyos sistemas educativos están basados en esquemas racionalistas. El ajedrez, para esto, es un aliado perfecto. En el mundo educativo anglosajón, la divergencia es dominante.

Potenciar el pensamiento divergente de los niños les ayudará a saber enfrentarse a las dificultades que la vida encierra. Los problemas de la vida son siempre abiertos y ofrecen distintas posibilidades resolutivas.

Cyrano de Bergerac: El cine como lenguaje

La versión del director Jean-Paul Rappeneau supone una magnífica adaptación cinematográfica de la obra poética que Edmond Rostand escribió en 1897. Y una mejora clara de anteriores versiones cinematográficas sobre este personaje que resultaban excesivamente lentas y estáticas.

El paso de una obra de teatro a la gran pantalla requiere una habilidad cinematográfica que Jean-Paul Rappeneau sabe conseguir mediante los siguientes recursos:

-una fidelidad al guión original, con la valentía de incluir, en sus diálogos, versos alejandrinos;
-una fastuosa reconstrucción histórica mediante una cuidadosa selección de lugares y un magistral trabajo de vestuario de la época
-y una reducción de tiempo en la cinta con respecto a su formato en teatro, reducción que no hace que la película pierda contenido ni rigor.

Todo ello da a Cyrano de Bergerac un ritmo adecuado para una película en contraposición a la cadencia propia de la dramaturgia. Se tiene el acierto de suprimir ciertas escenas y algunos personajes que no gravitan sobre el nudo central del argumento así como la invención de nuevos versos que acompañen, con buen ritmo, situaciones de acción nuevas; por ejemplo, en fina ironía sobre esa nariz descomunal de Cyrano y sin que esto se convierta en un recurso fácil de chiste pobre.

En Cyrano de Bergerac se consigue un adecuado equilibrio entre el drama y la comedia evitando la tentación de ofrecer un producto sentimentalista que, además, no cazaría con la figura preeminente de un Cyrano interpretado con una fuerza escénica única en la figura de Gerard Depardieu.

Es este un punto importante  a señalar: el gran trabajo interpretativo de este actor francés. El director es consciente de este valor básico en su película y sabe poner todo su trabajo de dirección al servicio de su protagonista principal. Depardieu está inmenso y magistral.


Ficha Técnica

Director: Jean-Paul Rappeneau. Intérpretes :Gerard Depardieu (Cyrano de Bergerac), Anne Brochet (Roxane),Vincent Perez (Christian de Neuvillete), Jacques Weber (Conde de Guiche), Roland Bertin (Raqueneau), Philippe Morier-Genoud (Le Bret) País : Francia. Año: 1990. Género: Drama. Guión: Una adaptación de Jean-Paul Rappeneau y Jean-Claude Carriere de la obra de Edmond Rostand. Fotografía: Pierre Lhomme. Música: Jean-Claude Petit. Montaje: Noelle Boisson. Sonido: Pierre Gamet, Dominique Hennequin Producción: Rene Cleitman y Michael Seydoux. Duración: 137 minutos.

El aceite de la vida: El cine como lenguaje

En las películas de este género –drama médico- suele ser habitual que gran parte del guión se dedique a una explicación detallada de la enfermedad; esto conlleva el riesgo de deslizar la película hacia un desarrollo narrativo lento y, en ocasiones, aburrido para el espectador.

Esta posibilidad teórica es resuelta, de manera magistral por George Miller, director y coguionista de El aceite de la vida. Para ello utiliza herramientas cinematográficas basadas en una puesta en escena propia de películas de acción, un manejo de la cámara dinámico y una fotografía de gran calidad visual. Todo ello debidamente acompañado por una selección musical que recrea la atmósfera apropiada para cada situación narrada.

Sin embargo, el gran éxito de la película se basa en la gran labor interpretativa de sus principales protagonistas: Nick Nolte (Auguste Odone), Susan Sarandon (Michaela Odone). Un drama de estas características, en el que sentimientos, luchas y derrotas se muestran con toda su crudeza, necesita de sólidos actores que no precipiten a la película por derroteros de un sentimentalismo vulgar o poco creíble.

La propia historia en sí es ya garantía de éxito cinematográfico; y no porque sea una historia real sino porque consigue involucrar al espectador, desde sus primeros minutos, en esa lucha titánica de amor de  los padres para salvar a su hijo. Los protagonistas son gente sencilla, como cada uno de nosotros, y se muestran capaces de luchar, con voluntad tenaz, para vencer un grave problema que sobrepasa todas sus capacidades. No son héroes sino personas corrientes que se enfrentan a la vida con decisión y coraje.

Finalmente, y fiel a la propia historia, el director muestra una crítica reflexión sobre la deshumanización de la ciencia y sus procesos metodológicos. Ante el drama narrado, el espectador no puede evitar plantearse los mismos interrogantes que se formularon los propios padres de Lorenzo: la ciencia al servicio de la humanidad, y no al contrario; la dignidad de toda vida por encima de cualquier circunstancia de salud física.

Ficha Técnica

Director: George Miller. Intérpretes: Nick Nolte (Auguste Odone), Susan Sarandon (Michaela Odone), Peter Ustinov (Profesor Nikolais), Kathleen Wilhoite (Deirdre Murphy), Gerry Bamman (Dr. Judalon), E. G. Daily (Lorenzo Odone), Maduka Steady (Omoury), James Rebhorn (Ellard Muscatine), Ann Hearn (Loretta Muscatine). País: USA. Año: 1993. Producción: Dough Mitchell y George Miller, para Universal Pictures. Guión: George Miller y Nick Enright. Música: Bellini, Verdi, Mahler. Fotografía: John Seale. Dirección Artística: Kristi Zea. Duración: 125 minutos. Género: Drama médico. Premios principales: Nominación al Oscar 1992 al mejor guión original y a la mejor actriz principal (Susan Sarandon)

jueves, 12 de abril de 2012

Billy Elliot: El cine como lenguaje

Me siento muy bien. Al principio estoy agarrotado pero cuando empiezo a moverme lo olvido todo y es como si desapareciera y todo mi cuerpo cambiara.

El director Stephen Daldry se basa, para el desarrollo de la película, en un guión del dramaturgo Lee Hall. Este último elige elementos reales de su infancia para desarrollar la trama y el guión de la historia.

La película ofrece un alarde de conjunción entre dos historias que discurren paralelas: la lucha de Billy para que su sueño se haga realidad y la situación social de una clase obrera en decadencia. Dos historias que se funden finalmente en una única trama: la lucha de toda la familia para que Billy pueda tener la oportunidad de ingresar en el Royal Ballet londinense aunque eso suponga un sacrificio económico y gastar un dinero que no se tiene. Se consigue este efecto de dos historias que se entrecruzan usando como recurso cinematográfico la música y la fotografía.

La música de la película se utiliza como herramienta para sumergirnos en el sueño de Billy: ser bailarín. El progreso del chico, sus miedos y deseos se acompasan a ritmo de una adecuada banda sonora. Viendo a Billy bailar el espectador logra olvidarse de la dura situación económica y social que rodea la vida del niño. Igual le ocurre a Billy; cuando baila, se olvida de todo.

La fotografía nos sumerge en la historia dramática de la situación de los pueblos mineros ingleses de la década de los ochenta. El director consigue este efecto mediante la presencia casi continua de la policía inglesa en numerosas escenas de la película. Nos recuerda así el drama que nos está contando.

Los distintos personajes están bien delimitados. Nos parecen humanos y, por tanto, creíbles. Nos muestran sus grandezas y miserias. Ninguno es un héroe pero tampoco un malvado. Este es otro acierto del director que consigue que el espectador se involucre en la trama y la haga propia. Los protagonistas evolucionan, cambian de puntos de vista y de decisiones. No son estáticos sino dinámicos. Como ocurre en la vida real de cualquiera de nosotros.

Billy Elliot es una de esas películas que remueven los sentimientos y que consiguen que uno se sienta con ganas de hacer cosas grandes y positivas.

 

Ficha Técnica


Director: Stephen Daldry. Intérpretes: Julie Walters (Mrs. Wilkinson), Jamie Bell (Billy Elliot), Jamie Draven (Tony Elliot), Gary Lewis (Jackie Elliot), Jean Heywood (abuela) País: Reino Unido. Año: 2000. Producción: Greg Brenman y Jonathan Finn para Arts Council, BBC y Working Title. Guión: Lee may. Música: Stephen Warbeck. Fotografía: Brian Tufano. Duración: 110 minutos. Género: Drama social. Premios: Candidatura a los Oscar 2001 al mejor director, actriz secundaria (Julie Walters) y guión original. Premio Pilar Miró al Mejor Nuevo Director y el Premio del Público en el Festival de Valladolid 2000. Premio del público en los Festivales de Dinard, Edimburgo y Flanders. Candidaturas a los Globos de Oro 2000 a la mejor película dramática y a la mejor actriz de reparto (Julie Walters) Autorizada para todos los públicos.

jueves, 5 de abril de 2012

Náufrago: El cine como lenguaje

Robert Zemeckis es un consagrado director de cine. Películas como Forrest Gump, protagonizada también por Tom Hanks, dan muestra de su valía y talento cinematográfico. Con Náufrago, como veremos arriesgada apuesta, confirma su buen momento creativo después de la desafortunada Lo que la verdad esconde, ridículo intento de película de suspense.

Que la apuesta es arriesgada es fácil de comprender. Casi dos horas y media de película con, prácticamente un solo personaje, puede asustar a cualquier espectador. Pensar en la situación, induce a concluir que uno se aburrirá viendo la película.

En Náufrago, el cine se muestra realmente como lenguaje y Zemeckis lo consigue. Porque, de entrada, la película no aburre. El espectador se involucra en la desgracia del protagonista; con ese Chuck que lucha contra el frío, el hambre, inciertos peligros y la absoluta soledad en la que se ve envuelto.

Borda en todas esas situaciones, y en muchas más que surgen, los diversos planos y encuadre con la cámara. El accidente de avión lo vivimos, literalmente, con el protagonista. Chuck en su soledad, recurre a una pelota como compañero de fatigas. Pero, más bien, la pelota ha sido puesta con toda la intención por el director. No hay personajes, no hay diálogos posibles. La pelota es un recurso cinematográfico de gran altura. Los recuerdos que se vuelven de continuo hacia Nelly, una caja que no es abierta; en esa isla no pasa nada pero pasa de todo.

Hanks está soberbio en su trabajo. Tiene su mérito porque el espectador no se cansa de tanto protagonista único y por todas partes. Parte del éxito es que interpreta con humildad; no se supravalora así mismo en un papel de lucimiento que desearía cualquier actor. Su precio físico le costó. Tuvo que adelgazar veinte quilos para dar vida al personaje.

Como curiosidad, aportar que la película se rodó siguiendo el orden cronológico de la historia. En cuanto a la historia, esto no aporta nada; pero, en cuanto a la dirección, dice mucho de la seguridad del director en el producto que está creando. Zemeckis sabe emocionar y entretener con historias con personajes bien definidos que nos envuelven en sus grandezas y miserias. A veces, se olvida que este es el secreto del buen cine.

La música no se concibe como elemento potenciador de la película. Surge de manera ocasional. El silencio, los ruidos, son la verdadera banda sonora de la película lo que consigue dar más veracidad a la historia.


Ficha Técnica

Director: Robert Zemeckis. Intérpretes: Tom Hanks (Chuck Noland), Helen Hunt (Kelly Frears), Nick Searcy (Stan), Christopher Noth (Jerry Lovett), Lari White (Bettina Peterson), Geoffrey Blake (Maynard Graham), Jennifer Lewis (Becca Twig), David Allen Brooks (Dick Peterson). País: Estados Unidos. Año: 2000. Producción: Tom Hanks, Jack Rapke, Steve Starkey y Robert Zemeckis, para DreamWorks y Fox. Guión: William Broyles. Música: Alan Silvestri. Fotografía: Don Burgess. Dirección artística: Rick Carter. Montaje: Arthur Schmidt. Duración: 143 minutos. Género: Drama. Premios principales: Nominación a los Oscar 2000 a Mejor Actor (Tom Hanks) y a Mejor Sonido. Globo de Oro 2001 a Mejor Actor (Tom Hanks).

Corre, Lola, Corre: El cine como lenguaje

El simple aleteo de una mariposa, en Pekín, puede alterar los sistemas climáticos de Nueva York, dentro de un mes

Desde la presentación inicial de los títulos de crédito, el espectador sabe que se sumerge en una película distinta. Unos créditos que, por su originalidad y aparición brusca, dan a entender que la historia, que se va a presenciar, será trepidante y sugestiva.

Los diversos formatos de la película poseen una originalidad casi única, en la historia del cine, hasta la fecha de su estreno. Tom Tykwer combina el formato clásico del cine para las escenas en las que intervienen los dos protagonistas; el formato propio del video para las escenas en las que intervienen los personajes secundarios; y la animación, en estado puro, en algunas de las interminables carreras, contra el tiempo, de Lola.

Es meritorio el hecho de contar tres historias en una, con esa mezcla de formatos, y que el resultado resulte comprensible y bien articulado. Cada pequeña historia que se cuenta, enriquece el contenido que de los distintos personajes posee el espectador. Se hace creíble que tantos acontecimientos puedan ocurrir en tan sólo veinte minutos. La misma historia se relata en tres ocasiones pero con resultados distintos en función de acontecimientos intrascendentes que ocurren. Sin embargo, la historia es una única historia. Esa chica que corre presta en ayuda de su novio.

La banda sonora, ideada por el propio director, se pone al servicio del ritmo que marcan los acontecimientos. Una música tecno, posmoderna como toda la película, que inunda situaciones e interioridades de la protagonista. La presencia de distintos relojes que remarcan ese juego con el tiempo que propone el director y el libre manejo de la cámara hacen que estemos ante una producción de indudable fuerza visual.

Este es otro mérito de Tom Tykwer, no sólo director sino también guionista de esta su opera prima. Se puede pensar que más que ante una película, que desarrolla una trama, estemos ante unos recursos visuales que se utilizan como pretexto para contar una historia. No ocurre esto con Corre, Lola, corre.

Fuerza visual y contenido narrativo componen un todo en una magnífica película que no deja indiferente a nadie. Un mérito más podemos sumar a esta larga lista de aciertos. De fondo, aletea el sugerente tema científico-filosófico de la teoría del caos. Sin embargo, el director no se recrea de manera pesada en este asunto. La película no es un panfleto metafísico. Se deja al espectador libre para que su juicio crítico examine la posibilidad real de tal teoría.


Ficha Técnica

Director: Tom Tykwer. Intérpretes: Franka Potente (Lola), Moritz Bleibtreu (Manni), Herbert Knaup (Padre de Lola), Joachim Król (Norbert von Au, el vagabundo. País: Alemania. Año: 1998. Producción: María Köpf, para X-Filme Creative Pool de Miramax International. Música: Tom Tykwer, Johnny Klimek y Reinhold Heil. Fotografía: Frank Griebe. Dirección artística: Alexander Manase. Montaje: Mathilde Bonnefoy. Secuencias de animación: Gil Alkabetz, de Studio Film Bilder. Duración: 81 minutos. Género: Drama romántico y de acción.

miércoles, 4 de abril de 2012

Google versus Facebook ¿Quién ganará?

Pasarse la vida en los aeropuertos, estaciones de autobuses o estaciones de trenes puede llegar a ser un estilo de vida. Y los ritos que acompañan esas esperas, signo de querer dar un contenido a ese estilo.

Uno de ellos es visitar las tiendas de libros. Es una experiencia antropológica curiosear las distintas estanterías y esquivar, al mismo tiempo, las maletas de otros viajeros que buscan lo mismo. Pasar los minutos que te separan de tu próxima salida. Tiendas estrechas, tiempo ancho.

Hace unos días, en esa situación significativa –creo que Vygotski sería feliz leyendo este Post-, me topé con un libro que llamó mi atención. Desnudando a Google de Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña. Me gustó el título y la portada. Todo entra primero por la vista y, cuando haces tiempo, aún más. Lo he devorado en apenas dos días.


Como indica su autor en el último capítulo del libro, conceptualizas a Google como un buscador efectivo. Pasas las páginas y formalizas una realidad bien distinta: Google es, en realidad, una de las empresas más grandes, más ambiciosas y con más poder del mundo (Cfr. Desnudando a Google, Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña, Deusto, Barcelona, 2012)

No es mi intención desarrollar las claves de esa afirmación. Para eso está el libro. Recomiendo su lectura. La documentación del autor es minuciosa y su honradez y valentía intelectual merecen elogio. Creo que sobre la Red, y tu opinión sobre ella, hay un antes y después tras esta lectura.

En lo posible, me detendré en una reflexión que se apunta en el apartado dedicado a otro poderoso de la Red: Facebook. Intentaré ser didáctico.

El poder de Google estriba en su capacidad de indexar y ordenar páginas webs. Simplificando la cuestión, como todos usamos Google como buscador, la información que posee la entidad sobre cualquiera es inmensa. Supongamos que puedo saber qué lugares visitan mis compañeros de trabajo. Tengo una bola mágica que me muestra sus movimientos. Evidentemente, esta información sobre mis compañeros es de un valor incalculable. Para bien o para mal.

Sigamos con el ejemplo. Supongamos ahora que esa bola mágica es aún más poderosa. No sólo me dice que lugares se visitan sino que, además, me indica si esos lugares han gustado o no. Claramente, la información se torna aún más poderosa. Esto es lo que hace, en definitiva, el botón Me gusta de Facebook.

Tarde o temprano este poderoso botoncito de Facebook le convertirá en el rey de redes. Y, además, por un motivo añadido. El todopoderoso Google no puede indexar esa información. Google sabrá que visito pero nunca sabrá que opino sobre lo que visito (Google + no es más que un truco para paliar esa carencia)

Es evidente que si toda esa información que se genera se torna en publicidad efectiva deja claro de qué va este invento.

Como acertadamente indica Sánchez-Ocaña, estaríamos ante un cambio de paradigma. Del internet de las páginas, pasaríamos al internet de las personas. Me quedaré con la parte positiva de esta realidad.

¿Hacia dónde va Internet? Hacia donde ha ido siempre el ser humano. A interactuar con un semejante para comunicarse con él. Somos sociales por naturaleza aunque usemos filtros culturales tecnológicos para serlo.

Terminaré este Post con una anécdota. Puse un Twitter al autor de libro para agradecerle su trabajo. Cosa impensable hace nada que pudieras comunicarte con un autor de manera tan sencilla. Tuvo la amabilidad de contestarme. ¿Será, al final, el vencedor Twitter?

El ajedrez y el desarrollo intelectual de los niños (II)

La visión que se ofrece de Bobby Fischer en la película de Steven Zaillian es sesgada. Ciertamente, nuestro campeón del mundo del ajedrez tuvo todas las papeletas para ser un personaje difícil. Superdotado intelectualmente, fracaso escolar, familia desestructurada, infancia oscura y su pasión por el ajedrez constituyen una mezcla explosiva difícil de gestionar.

No obstante, la figura de Fischer se utiliza en la película para potenciar la imagen de Joshua Waitzkin. Niño prodigio como Bobby y, en todo lo demás, distinto: familia unida, infancia feliz, niño con virtudes sobresalientes. Un recurso narrativo lícito que debe verse como lo que es para no sacar conclusiones precipitadas sobre los personajes o las bondades o maldades –que las tiene- del ajedrez.

Vista la película se averigua el objetivo final del director: uno se forja su vida en función de las decisiones que toma y no tanto por las cualidades que tenga y las circunstancias que le rodeen. Joshua Waitzkin no es Bobby Fischer porque, en definitiva, no convirtió el ajedrez en un fin en sí mismo.

Y, de paso, ofrecernos la visión más sórdida posible del ajedrez. Un deporte que supone un plus intelectual en aquellos que los practican con profesionalidad y, al mismo tiempo, la posibilidad de malograr sus vidas. Hacer del ejercicio intelectual una actividad continua puede desequilibrar si se tiene cualidades para ello.


Hasta aquí los comentarios sobre En busca de Bobby Fischer. Es momento de girar los argumentos hacia el tema que nos ocupa: la posible relación entre el ajedrez y el desarrollo intelectual de los niños. Y empezaremos desmontando los mitos sobre esta cuestión. Argumentos recurrentes que se ofrecen y que tienen poca base científica.

El ajedrez es una herramienta que posibilita el desarrollo intelectual. Eso es cierto. Pero sólo lo hace si ese niño posee las cualidades personales e intelectuales que lo hagan posible. De lo contrario, el ajedrez será un medio de entretenimiento más, que no es poco ni desdeñable.

Algo así ocurre en Joshua en el plano personal. Es un niño noble. El ajedrez lo hace más noble aún si cabe. Pero no lo hará noble si no lo es. ¿Determinismo? No. Determinismo sería afirmar que el ajedrez hace milagros.

Pongamos otro ejemplo más comprensible. Tenemos un niño muy inquieto. Tanto, que no se concentra en sus estudios. Lo ponemos a jugar al ajedrez para que gane en concentración. Craso error, No se gana en atención ejercitando la atención pura.

¿Qué hace entonces el ajedrez? Afianzar el proceso cognitivo de la atención en quien tenga ya en potencia esa facultad. Si no se tiene esta facultad –o es escasa- y se quiere potenciar usemos otros medios: existen y son eficaces.

¿Potencia el ajedrez facultades en cualquier niño? Si pero no las que se ofrecen como obvias. ¿Potencia el ajedrez ciertas cualidades en ciertos niños? Si. Es cuestión de conocer el perfil del niño y lo que el ajedrez realmente ofrece. Seguiremos.