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miércoles, 25 de diciembre de 2013

La soga, Alfred Hichtcock.

Antes de desarrollar las implicaciones filosóficas de esta propuesta cinematográfica de Alfred Hichtcock –La soga ofrece interesantes paralelismos con el pensamiento de F. Nietzsche- puede resultar divulgativo exponer algunos aspectos técnicos y cinematográficos que hacen que esta película se haya convertido en una de las más emblemáticas del director inglés.
 
La soga, estrenada en 1948, es una adaptación de la obra teatral Rope, escrita por Patrick Hamilton en 1929. Ésta, a su vez, se basa en hechos reales acontecidos en años anteriores en la Universidad de Chicago y que tuvieron una enorme influencia mediática en la época.
 
Es la primera película dirigida por A. Hichtcock en color. A esta dificultad técnica, debe añadírsele la osadía de grabar la película en un solo plano secuencia, ocurrencia magistral que sólo se vio dificultada por las limitaciones de capacidad de los antiguos rollos de las películas. La película, al completo, sólo consta de nueve tomas.
 
Por tal motivo, cada diez minutos, aproximadamente, se hacía necesario que la cámara enfocara una zona oscura (normalmente, la chaqueta de algunos de los personajes) para poder proceder, así, al cambio de rollo. Hichtcock consigue lo pretendido: nos presenta la historia en tiempo real, desde las 19.30 hasta las 21.15 horas. Gran maestría técnica del maestro del suspense.
 
Los ventanales (espléndida maqueta) que cierran el escenario en el que transcurre la trama –una habitación de un apartamento- acompañan esa temporalidad de la historia con sus cambios de luces.
 
 
Pocas historias cinematográficas poseen el inicio desgarrador de La soga. Un primer plano de un estrangulamiento. Sin embargo, lo importante a reseñar es la estrategia de suspense que crea, desde el inicio, Hichtcock. El espectador sabe lo mismo que los protagonistas y, en algunas escenas, más que los propios protagonistas. La angustia, así, está servida.
 
Los diálogos (son tan buenos que no hace necesaria el acompañamiento musical), más allá de otorgar a la película una firme base filosófica, constituyen el auténtico pilar de la trama ya que es el recurso de la palabra el que resolverá las dudas y temores de los protagonistas y de los espectadores. Aunque no lo considero esencial, sin duda A. Hichtcock utiliza, también, esta herramienta para mostrar, sin dar lugar a confusión alguna, la homosexualidad de los dos jóvenes protagonistas.
 
Magnífica actuación de los actores, especialmente de James Stewart. La pericia técnica de grabar de continuo, exigía a los actores la perfección en el rodaje durante esos mencionados diez minutos de grabación sin cortes, montando y desmontando decorados sobre la marcha y, todo ello, exigiendo una planificación meticulosa de los movimientos de la cámara.
 
La soga, pesimista en su mensaje y desoladora en sus diálogos, no deja de ser una muestra de maestría técnica y narrativa.

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