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domingo, 24 de febrero de 2013

Formar a niños emprendedores

Es la moda. Hemos descubierto, de pronto, que es vital formar a niños que sean emprendedores. Sin embargo, como no sabemos muy bien cómo son esos niños ni que significa ser emprendedor, este mantra –formemos a niños emprendedores- puede convertirse en un nuevo fiasco educativo.

¿Por qué tales afirmaciones? Por dos motivos esenciales; es decir, situaciones de partida que deben tenerse en cuenta antes de empezar con esa necesaria formación.
 
Primer motivo: los niños actuales son vulnerables. Segundo motivo: ser emprendedor no significa montar una empresa ni añadir al programa educativo una asignatura de emprendimiento. Analicemos ambas cuestiones.

 

Niños vulnerables.

El emprendimiento es sinónimo de fracaso y entender ese fracaso como un éxito. Los americanos tienen clara esta cuestión. Eres más valorado en función del número de fracasos que adornan tu currículum personal. Lejos estamos de esa visión. Protegemos a los hijos y a los alumnos en demasía. Les evitamos sufrimientos y alentamos los sueños como si eso fuera el paradigma de profesor ideal o padres ideales.
 
El resultado. Niños débiles que se hunden ante la primera contrariedad. ¿Queremos formar emprendedores? Eduquemos en la virtud de la fortaleza. Platón ya lo tenía claro. No hay que innovar continuamente en esto de la educación.

Ser emprendedor no es montar empresas ni inventar una asignatura de emprendimiento

Ser emprendedor supone muchas cosas. Pero si olvidamos la primera, daremos palos al aire. Ser emprendedor es una actitud ante la vida. Una manera de estar en el mundo que se caracteriza por adelantar el futuro al presente.

No es esa afirmación ni una frase bonita ni una afirmación compleja. Pondremos un ejemplo muy sencillo. Unos niños quieren hacer un viaje de fin de curso. ¿Qué hacemos? Darles todo tipo de facilidades. Craso error y así nos luce el pelo: formamos a comodones y no a emprendedores.

¿Ponérselo difícil entonces? Pues, con sentido común, claramente sí.

Apuntadas están las ideas previas necesarias para profundizar en esta cuestión. Lógicamente, el asunto da para mucho más.

sábado, 23 de febrero de 2013

Demian y Abraxas

El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. Quien quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios, que es Abraxas.

 
Herman Hesse nombra a Abraxas, en su Demian, describiéndola como una deidad que lleva, en sí, el bien y el mal, lo luminoso y lo oscuro, lo divino y lo demoníaco. Lo que no deja de ser, quizás, un recurso literario ha de llevarnos, si queremos profundizar en este nuevo análisis de la obra de Hesse, a la secta gnóstica de los Basilidianos, propia de los primeros siglos del cristianismo. Ahí encontraremos una aproximación documentada sobre esta supuesta deidad. 

En esa época, florece una amalgama filosófica que une elementos filosóficos con creencias religiosas. Son los gnósticos. Arduo sería describir tan heterodoxo grupo en un Post.
 
Baste indicar que, a bien seguro, lo que interesó a Herman Hesse de los gnósticos fue la apuesta, de estos, por alcanzar la salvación (del alma) mediante la gnosis y no por las buenas obras o la obra redentora de Jesucristo.

No creo que Hesse tuviera presente las desviaciones gnósticas propias del siglo XIX, que degeneraron en burdos esoterismos, a la hora de recrear a su Emil Sinclair. Es obvio, tras una sencilla lectura de Demian, que los tiros no van por ahí.

 
 
La purificación, la salvación, encontrarse uno a sí mismo, sólo es posible mediante la introspección. Esta introspección necesita una casilla de salida. No sólo la realidad es dualista –bien/mal, verdad/mentira, apariencia/realidad- sino que también lo es el propio ser humano. Abraxas no es más que la concreción de todo esto en un símbolo al que adorar.
 
Nada nuevo bajo el sol. Platón ya dijo lo mismo sin necesidad de oscuras elucubraciones.

¿Quién es Emil Sinclair? ¿Cómo es la vida de Emil Sinclair? Ese juego de dualidades, interiores y exteriores, que dan lugar a una trama literaria. Demian es una especie de demiurgo platónico que le ayuda en el proceso. O un instrumento de Abraxas para conseguir lo mismo: la salvación del desvalido Sinclair. Un Sinclair atormentado por esa dualidad de su interior que no comprende.

Sin embargo, lejos quedamos aún de analizar con objetividad, al menos desde el punto de vista de quien escribe estas líneas, la figura de Emil Sinclair y/o la pretensión de Herman Hesse al escribir su Demian.

 

domingo, 17 de febrero de 2013

El silencio de los corderos y la corrupción

-Primeros principios, Clarice. Simplicidad. Lea a Marco Aurelio. De cada cosa pregúntese qué es en sí misma, cuál es su naturaleza. ¿Qué es lo que hace el hombre al que están buscando?

-Mata a mujeres.

-No. Eso es circunstancial.
 

No creo que el Doctor Hannibal Lecter esté encaprichado de la joven Clarice. El silencio de los corderos es una propuesta inteligente y, por tanto, esa apreciación sobre su protagonista, Hannibal el caníbal, es sumamente superficial.  

Más bien, Lecter codicia lo que no ve cada día y, por eso, agradece las visitas de la agente del FBI. No desea a la joven sino que desea el propio hecho de desear.

Entremos en cuestión. Lecter ayudará a Clarice en su búsqueda de Buffalo Bill. Lo hace al modo socrático –preguntas y respuestas encadenadas- y exigiendo de la joven el compromiso del quid pro quo, algo a cambio de algo.

Lecter le ayudará si y sólo sí Clarice le desvela sus secretos más íntimos. De ahí el nombre de la película y la línea argumental de la propuesta del director Jonathan Demme.

La escena que traemos a nuestro análisis es emblemática. Por eso, hemos reproducido el guión de la misma al inicio de este Post. Lecter se desespera pues Clarice contesta con obviedades.
 

 
Es circunstancial que Buffalo Bill mate a mujeres. Clarice es incapaz de comprender semejante atrocidad de afirmación. Lecter la instruye y, por eso, le recomienda leer a Marco Aurelio. De cada cosa, debemos preguntarnos que es en sí misma, cuál es su naturaleza; o, dicho, de otra manera: que necesidad cubre Buffalo Bill matando a mujeres.

Codiciamos lo que vemos cada día. Esta será una nueva pista que Lecter otorgará a Clarice. Buffalo Bill mata por codicia. Como no se puede codiciar aquello que no vemos a diario, Clarice comprenderá que Buffalo Bill conocía a su primera víctima. Así, la trama queda despejada y el argumento cerrado. 

Creo que este tipo de conversaciones se están produciendo en la actualidad entre los ciudadanos y la clase política. Siguiendo con la escena propuesta, y solo como metáfora argumentativa, -que nadie se ofenda- Clarice representa a la clase política y Lecter a los ciudadanos. Buffalo Bill es la corrupción.

Los políticos deberían leer a Marco Aurelio y poner en marcha ese primer principio que es la simplicidad. ¿Por qué hay corrupción?  

No vale con argumentar que los corruptos son minoría. Es cierto pero es insuficiente. Eso es lo mismo que brindar porque cada vez muera menos gente en las carreteras. Pobreza argumentativa que roza los límites del esperpento.

¿Por qué hay corrupción? Por codicia. Es cierto pero insuficiente también. El codicioso no actúa si sabe que su codicia quedará destapada.

¿Por qué hay corrupción? Simplicidad en la respuesta: porque el corrupto se siente impune.

Leamos a Marco Aurelio. La única forma de terminar con la corrupción es demostrando a los corruptos –a esos pocos- que el resto está dispuesto a tirar de la manta siempre que sea necesario. Así, la impunidad desaparecerá como desaparecieron los chillidos de los corderos que angustiaban a Clarice.

Demian, Hesse y el superhombre nietzscheano


F. Nietzsche escribió: La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño.

El laicismo absurdo o, para no entrar en la polémica que genera la utilización de cualquier adjetivo –en este caso, absurdo- la ignorancia sobre los contenidos doctrinales del cristianismo lleva a situaciones de pobreza intelectual que impiden entender la riqueza cultural del Museo del Prado, por ejemplo, o el significado final de la filosofía de Nietzsche, o el mensaje que subyace en Demian de Herman Hesse. 

Simplifiquemos la explicación de estas afirmaciones. ¿Como entender La Anunciación de El Greco sin un mínimo de formación religiosa? ¿Cómo aprehender la filosofía de Nietzsche sin atisbar que es una fotografía, en negativo, de la fe cristiana? ¿Cómo entender la riqueza de un autor como Hesse y su Demian si se desconoce la enseñanza final del drama de Caín y Abel?

Seguimos en este Post analizando esta obra de Herman Hesse considerando, en esta ocasión, la relación entre esta obra y la propuesta filosófica de F. Nietzsche. Por este motivo, se hacía necesaria la parrafada anterior.

La irrupción de Demian en la vida de Emil Sinclair supone, para éste, una ruptura absoluta de lo que, hasta entonces, vivenciaba como seguro y cierto: el mundo luminoso creado en el entorno familiar.

Demian le hace patente una nueva posibilidad de entender la realidad removiendo los pilares más sólidos del joven Sinclair: sus creencias religiosas. La explicación de Demian sobre la figura de Caín solivianta hasta tal punto a Emil que ya no será el mismo.

Volvamos al inicio de estas líneas. El lector poco formado no podrá entrever en ese pasaje, en toda la obra, la hondura de la propuesta de Hesse. Su mundo luminoso, su mundo oscuro, no es más que una propuesta literaria de la transmutación de los valores de F. Nietzsche.

 
 
Demian, como encarnación de la moral de señores nietzscheana. Emil Sinclair, el joven atormentado que sufre la alienación de la moral de esclavos, propia de los cristianos según Nietzsche.

Emil Sinclair es el camello que lleva una carga pesada impuesta, carga que no es otra que esa moral de esclavos que le anula como individualidad. Demian, es el niño. El único capaz de vivir la vida como un juego. Un juego que hace depender la realidad del propio querer de la voluntad. Nuevamente, Hesse utiliza elementos de la filosofía nietzscheana -la transformación del espíritu- para encuadrar a sus personajes.

Demian, como intento de superhombre. Demian como personaje que no quiere un objeto sino que quiere su propio querer: la voluntad de poder. Demian, es descrito en la novela de Hesse, como un ser libre, sin ataduras, altivo y, en consecuencia, solitario pues ese el precio a pagar.

Sin embargo, no es Demian un intento narrativo de las tesis de Nietzsche como no lo es de las tesis de Jung. Seguiremos, en otro Post, con esta explicación debida.

sábado, 9 de febrero de 2013

Demian y el inconsciente colectivo de Jung


Las lágrimas más amargas derramadas sobre nuestras tumbas son por las palabras nunca dichas y las obras inacabadas.

Beecher Store

Quizás, esa frase resuma, a la perfección, al atormentado E. Sinclair, protagonista de Demian, de Herman Hesse. Y, también, sin duda, esta necesidad personal de explicar esta obra porque era, y es, una explicación debida y no realizada.

Digamos lo que no es Demian aún siendo evidente las influencias, que en este autor tienen un conglomerado de tesis que nos vuelven la mirada hacia Jung, Nietzsche, el gnosticismo o, simplemente, a los dilemas morales del joven protagonista, Emil Sinclair. Salgamos al paso de esos estériles análisis –Demian no es la influencia de…- comenzado por la presencia de las tesis de Jung en esta obra.

Hesse y Jung mantuvieron una estrecha relación personal gracias al interés de ambos por los temas mitológicos, de origen oriental, como camino sugerente y estimulante para llegar al descubrimiento del yo personal. Al mismo tiempo, les unía el desconocimiento que, sobre esos temas, se vivenciaba en la intelectualidad europea de la época y de los que ellos no eran partícipes. 

Los acercamientos hacia la interioridad del yo, en esta vieja Europa, o en el mundo occidental, siempre han estado vinculados a la ciencia en cualquiera de sus manifestaciones: psicología, psiquiatría, antropología o las humanidades, en general. Mucho más en la primera mitad del siglo anterior.

Nuestro yo no es consciente –intentemos explicar a Jung apostando por lo didáctico y no por la erudición- de la presencia inconsciente de imágenes y símbolos que nos determinan y que no tienen una construcción que provenga de aprendizaje alguno. Se trata, más bien, de una memoria colectiva de la que participamos por ser humanos y que tenemos en nuestro interior por una especie de transmisión de una generación a otra. Y, así, desde nuestros orígenes.

Este inconsciente colectivo –Jung lo denomina pomposamente así- se activa con ocasión de circunstancias dramáticas de nuestra vida. Mientras, está como oculto en espera de hacerse patente. La manifestación de ese inconsciente colectivo es el arquetipo.


Todo esto queda reflejado, por ejemplo, en lo que le dice Pistorius a Sinclair en una de sus diversas conversaciones nocturnas, tumbados en el suelo y con la sola luz del fuego -como nuevo elemento simbólico de las tesis de Jung que aparece en la obra- al modo de mantra que ahuyente la tiniebla interior de ambos personajes.

Cada uno de nosotros es el ser total del mundo, y del mismo modo que nuestro cuerpo integra toda la trayectoria de la evolución, hasta el pez e incluso más atrás aun, llevamos también en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas de los hombres.

Sinclair, al modo socrático, le argumenta con una nueva pregunta. 

Entonces, ¿por qué aspiramos aun hacia algo si todo lo llevamos ya acabado en nosotros?

Pistorius concluye, más o menos, de esta manera: Puede que llevemos el mundo dentro de nosotros –inconsciente colectivo- pero no lo sabemos.

Y, en definitiva, ese es Emil Sinclair: no sabe quién es e intenta aprehenderlo con ocasión de las situaciones existenciales en las que se va encontrando a lo largo de su vida y en función de los personajes que se acercan a la misma: el torturador de Kromer, el redentor inicial de Demian, el sustituto ocasional de Pistorius, la aparente realidad de Beatrice, o la posible solución de Eva.

Gran construcción literaria de Hesse al poner en la trama de su Emil Sinclair a personajes que activan ese inconsciente colectivo descrito para que el protagonista encuentre su propio yo. Esto es así pero, en definitiva, no se puede afirmar que la historia que lleva por título Demian sea, sin más, un desarrollo literario del inconsciente colectivo de Jung. Seguiremos.

lunes, 4 de febrero de 2013

Es más fácil formar niños fuertes que reparar a hombres rotos


Amy Chua, la madre tigre, afirma: Los padres occidentales tiran la toalla enseguida, pero los padres chinos tenemos una confianza total en nuestros hijos y no paramos hasta que sacamos lo mejor de ellos.

Ganarse a los hijos

No voy a entrar en consideraciones sobre el polémico libro de Amy Chua –Madre tigre, hijos leones- pues es fácil encontrar innumerables entradas en la red sobre la cuestión. Y, mucho menos, escribir un Post para entrar en un debate sobre la posible decadencia de las maneras de educar, a los hijos, en esta Europa que está perdiendo sus señas de identidad por momentos.

Porque ni en el libro de la madre tigre ni en los nuevos tiempos educativos que se vislumbran en este continente, encuentro consideración alguna sobre una cuestión que me parece de vital importancia en la educación de los hijos del siglo XXI: cambiar, de arriba abajo, el concepto que se tiene sobre el cariño.

Simplificando la cuestión. Pensamos que el cariño a los hijos se manifiesta en hacer por ellos todo lo que haga falta. Cuando esta situación llega a los límites más insospechados, los hijos terminan convirtiéndose en pequeños seres acomodados que no hacen nada o prácticamente nada por sacar su casa adelante.

Expresiones como, niño, estudia que es tu única obligación, son una buena muestra de lo que quiero indicar como intento de análisis.



Un pequeño guiño a la psicología antes de proseguir. La lógica del cariño es sencilla. Se quiere a aquellas personas por las que hacemos cosas. Por eso, los padres quieren a sus hijos. Sin embargo, esta lógica sencilla también funciona al revés: no se puede querer a alguien por quien no se hace nada. Por este motivo, el amor no es, en sí, recíproco.

Si hacemos todo por los hijos y los hijos no hacen nada por los padres, ¿cómo podemos pretender que nos quieran pasada la edad de la infancia? No hay que asustarse. Lo que debería darnos pánico es desconocer esta realidad tan simple.

Habrá que idear y profundizar en nuevos modelos educativos; por supuesto. Pero de nada servirán si olvidamos que a los hijos hay que, no sólo quererlos, sino ganárselos. Por eso, contestaría a la madre tigre y a muchos otros con la siguiente reflexión final:

Frederick Douglass, escribió: Es más fácil formar niños fuertes que reparar a hombres rotos.