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jueves, 28 de marzo de 2013

La caverna de Platón y la clase política

Queremos promesas, no realidades
 
Esa frase, no es mía. Tampoco sé de quién es pues no la he buscado en Google.  Si sé dónde la escuché. En un programa de radio, La brújula de Onda Cero. También sé de que se hablaba: de la situación económica.
 
Me llamó la atención por el contexto explicativo en la que fue dicha. Puede que los ciudadanos, o muchos ciudadanos, prefieran cierta grado de mentira ante la situación de crisis que vivimos a conocer la cruda realidad de lo mal que estamos.
 
De ahí la frase. Me imagino a una masa enfurecida dirigiéndose a gritos a los políticos: queremos promesas, no realidades.
 
No es fácil aclararse sobre lo que es mejor o peor pues no es fácil el equilibrio. Se plantea la misma situación que se da cuando hay que decirle, por ejemplo, a un enfermo que su situación es irreversible. ¿Se le dice la verdad sin más? ¿Se le miente durante un tiempo?
 
En definitiva, nada nuevo bajo el sol. Estamos ante un dilema ético que está más que estudiado y argumentado. ¿Hay que decirle a cada persona el grado de verdad que sea capaz de soportar?
 
Dado que la filosofía parece condenada, hoy en día, al olvido, recurriré a esta disciplina para adentrarnos en la cuestión. En el Mito de la caverna de Platón se nos plantea una situación parecida. Lo que le ocurriría al prisionero liberado al volver al interior de la caverna.
 
–Imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y se siente en su antiguo lugar. ¿No se le quedarían los ojos como cegados por este paso súbito a la oscuridad? –Si, no hay duda. –Y si, mientras su vida aun esta confusa, antes de que sus ojos se hayan acomodado de nuevo a la oscuridad, tuviese que dar su opinión sobre estas sombras y discutir sobre ellas con sus compañeros que no han abandonado el cautivo, ¿no les daría que reír? ¿No dirían que por haber subido al exterior ha perdido la vista, y no vale la pena intentar la ascensión? Y si alguien intentase desatarlos y llevarlos allí. ¿No lo matarían, si pudiesen cogerlo? –Es muy probable.
 
 
 
 
Posiblemente, a ese prisionero lo matarían pues el resto no toleraría que se le dijera que viven en una mentira. En definitiva, matarían al portador de la verdad.
 
Lo interesante puede venir a continuación si realizamos un sencillo cambio en el mito. Los prisioneros, son los políticos; al menos, algunos por aquello de no cometer la injusticia de generalizar. El prisionero que consigue salir fuera para después volver es el ciudadano normal y corriente.
 
Tan desprestigiada está la clase política que la cuestión ya no es si se prefiere la verdad o la mentira  sino que se desconfía de este emisor .la clase política- dando igual si ofrece, en su discurso, promesas y realidades.
 
Ese prisionero que ha conseguido desligarse de las ataduras de la caverna, no volvería al interior de la cueva. Dejaría allí a los encadenados –los políticos- y le daría un giro definitivo a tan citado mito. Ni promesas ni realidades.
 
 
Más bien, no nos digáis nada. 

domingo, 10 de marzo de 2013

El señor de las moscas y la filosofía


El señor de las moscas, de William Golding, publicado en 1954, es la obra literaria más conocida de este premio Nobel de Literatura. Dos versiones cinematográficas han contribuido a potenciar este clásico de la literatura, obra de obligada lectura escolar en el mundo anglosajón: la versión de 1963, dirigida por Peter Brook; la de 1990, de Harry Hook.

Tanto la novela como las versiones cinematográficas ofrecen numerosas posibilidades de interpretación psicológica, sociológica, antropológica y filosófica. Sin embargo, quisiera detenerme, en esta última posibilidad, la filosófica, a raíz de la conversación esencial que mantienen dos de los protagonistas: Ralph y Piggy.

La barbarie ya se ha desatado en la isla. Ralph y Piggy se han quedado solos. Los dos charlan con el horizonte y la playa por delante como única compañía. Curiosa imagen. El mar inalcanzable y la soledad en la arena. Es en ese momento cuando Piggy trae a colación las enseñanzas de Rousseau sobre la bondad de la naturaleza humana. Ralph, incrédulo ante lo que escucha, se ríe.

Es interesante analizar la propuesta de Golding al hilo de las aportaciones filosóficas de autores como Hobbes, Locke y Rousseau y los personajes centrales de la obra.

Ralph es Locke. Representa el sentido común y a la democracia. Confía en la elaboración de normas consensuadas que ayuden a la convivencia pacífica de los niños en una isla desierta y sin la presencia de los adultos. Busca símbolos compartidos que arropen sus pretensiones de anular ese derecho a castigar del que nos habla Locke: el fuego, no sólo como posible señal de rescate sino como símbolo de unión con el mundo exterior civilizado; la caracola, no sólo como señal de orden en las asambleas sino como símbolo de la palabra que busca el consenso.
 

Jack representa la barbarie. No quiere ser recatado sino cazar; la caza es sólo símbolo de ese instinto violento del hombre que le lleva a ser un lobo para los demás. Jack nos hace patente la propuesta de Hobbes: sólo la imposición de la fuerza hará posible la vida en sociedad.
 
Piggy, es símbolo de la razón. Es un ilustrado que terminará siendo sacrificado: el sueño de la razón produce monstruos. Curioso es que lleve gafas. Es un juego simbólico que podemos asociar a la luz de la inteligencia. Gracias a las gafas de Piggy resulta más fácil hacer fuego. El fuego, no sólo da calor; también ilumina. 
 
Y, finalmente, ¿dónde está Rousseau? Está en todas partes pues su propuesta –el hombre es bueno por naturaleza; nos hace malos la sociedad- es criticada de arriba abajo en la propuesta de Golding.

Definitiva es la escena final de la cinta de 1990 para reseñar esta tesis: Ralph es perseguido para ser linchado. En su huída, llega hasta la playa. Cae, en su carrera, sobre la arena. Al levantarse, descubre la presencia de un militar uniformado. Los chicos, que le persiguen, quedan paralizados ante esa misma presencia inesperada. Se quedan paralizados.

La imagen del militar representa el orden social. Sólo así, se dan cuenta de que pretendían una nueva barbarie. ¿No será el orden social el que evita el mal? ¿Se equivoca, pues, Rousseau? 

domingo, 3 de marzo de 2013

Nuestra mente maravillosa, de Fernando Alberca


Me alegra enormemente el éxito divulgador de Fernando Alberca con el que tuve la suerte de formarme, y aprender de él, hace ya unos cuantos años, en esta tarea educativa de la formación de los hijos y de los alumnos.

Si ya alcanzó el éxito editorial con Todos los niños pueden ser Einstein, sin duda, el reciente premio Hoy de Ensayo, con  Nuestra mente maravillosa, hará que su obra –tiene mucho que decir sobre educación y optimismo en estos tiempos de crisis- sea aún más conocida por todos.

Habrá que esperar a finales de este marzo para poder leer su nueva propuesta. Sin embargo, no me resisto a comentar, con brevedad, unas frases que he sacado de sus declaraciones en los diversos medios de comunicación, en estos últimos días. Comentarios personales que, quizás, se alejen de la propuesta del profesor Alberca aunque, a bien seguro, conociendo su persona y su obra, no supondrán una contradicción con su filosofía.


El ser humano puede ser mucho más feliz de lo que imagina con lo que tiene, no con lo que desea tener

En muchas ocasiones he escrito sobre el peligro de alimentar sueños irreales en los hijos, en los alumnos o en las personas que nos rodean. Esto ocurre en demasiados casos y no por mala voluntad.

Pensamos que la mejor muestra de cariño es alimentar cualquier sueño de las personas que dependen de nosotros de alguna manera. Craso error pues no siempre los sueños pueden cumplirse. Los sueños deben guardar una cierta relación causal con nuestras posibilidades. Así, evitaremos frustraciones y sufrimientos innecesarios.

Creo que el profesor Alberca va más allá poniendo cimientos firmes en esta relación esencial entre felicidad y realidad.

Los deseos son futuribles y la felicidad se da en presente. Por eso, no hay más remedio que aprender a ser feliz con lo que se tiene y no con lo que estar por llegar. Por este motivo, traigo a colación la siguiente frase rescatada de sus intervenciones.

La clave de felicidad está en buscar lo extraordinario en lo ordinario

Porque nuestras vidas son, afortunadamente, ordinarias. No podemos esperar a que ocurra algo para que seamos felices o nuestras vidas estén llenas. La lógica, funciona al contrario. Sólo sabiendo ver que en lo ordinario se encuentra la grandeza de cualquier vida, podremos alcanzar la felicidad.

Esperemos a leer Nuestra mente maravillosa de Fernando Alberca para concretar, en la práctica, su propuesta.

La vida atormentada de Emil Sinclair


El mayor tesoro que puede ofrecer la vida es vivirla con libertad. El mayor inconveniente para esa libertad es ser dependiente, de lo que sea, por debilidad. Esto, que suscribiríamos, de entrada, todos, es el paradigma existencial de Emil Sinclair.

No sabe quién es y, por eso, sabe que nunca será libre. Es débil y, por ese motivo, no se atreve a luchar por su auténtica libertad. Y esta situación da lugar, en su desarrollo, a la trama, poco lineal, de Demian de Herman Hesse: las continuas dependencias vitales de un débil y atormentado joven que vuelca sus inseguridades personales en personajes como Demian, Pistorius, Beatrice, Eva.

Y lo que acrecienta aún más su propia situación vital de vacío existencial: cada dependencia le hace sentir aún más desvalido pues, en definitiva, no son más que salidas falsas que no terminan de arreglar su situación.

Hay dos momentos claves en la narración de Hesse que sitúan el gran error que comete Emil Sinclair a la hora de replantearse su vida, a saber: es débil –por ese motivo es maltratado por el perverso Kromer- y, en definitiva, en vez de luchar contra esa debilidad hierra en su análisis y piensa que sus problemas se deben a la  excesiva dependencia que tiene de su entorno familiar.

 
 
Aquí, es clave señalar lo siguiente: el entorno familiar representa el bien, lo luminoso, lo acogedor. Señalemos ya, de entrada, que este el gran error de Sinclair: la dependencia del bien  no es dependencia sino auténtica libertad y autoconocimiento verdadero.

Estos dos momentos claves son las explicaciones que hace Demian a Emil sobre las figuras de Caín y el buen ladrón. Resumiéndolas, Caín es el verdadero  hombre, libre de ataduras al abrazar el mal; el buen ladrón es el hombre débil que se arrepiente de sus malas obras. Pobre Emil Sinclair. Mucho Abraxas y dualidades y, al final, termina dependiendo del mal como salida a sus desazones interiores.

Esta es la esencia de nuestro personaje: todo lo demás, influencias de Jung, de Nietzsche y del gnosticismo, no son más que artificios narrativos que dan a Demian su poder de cautivar a cientos de jóvenes tan perdidos, en sus vidas, como Emil Sinclair.

Lastima que todos los que se acercan a Hesse, no conozcan la obra de Alasdair C. MacIntyre, Animales racionales y dependientes. Lo que nos hace ser libres y lo que nos permite llevar una vida plena es nuestra vulnerabilidad. Así somos. El secreto es acompañar nuestra debilidad de personas buenas.

Emil Sinclair quería abrazar una estrella. Esa estrella es su buen corazón porque, en definitiva, la mejor definición de este personaje es la gran inteligencia de su corazón. Su problema es su salida equivocada: Abraxas.

Pero confiemos en esa inteligencia del bien, del corazón. Tarde o temprano, Emil Sinclair, todos los Emil Sinclair que dan tumbos por la vida y por el mundo, descubrirá que la dependencia volcada en el bien es la auténtica libertad.