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domingo, 16 de junio de 2013

Comas etílicos y multar a los padres


Lo que suele saltar a los medios de comunicación, en primera instancia y para cualquier tipo de información, es el aspecto más mediático de la noticia. No es de extrañar, pues, que el anteproyecto de ley que ultima el gobierno para limitar el acceso de los adolescentes al alcohol se haya asociado, casi en exclusividad, con la medida de multar a los padres cuyos hijos sean reincidentes en terminar sus noches de ocio en comas etílicos.
 
Más allá de esta medida –el anteproyecto contempla más acciones- creo importante llamar la atención sobre una realidad que se impone de manera inexorable, en este país, cada vez que se aborda cualquier problema educativo de los niños y adolescentes:
 
Si el niño suspende, la culpa la tendrán los profesores que no motivan; si el niño se emborracha, la culpa la tendrán los padres o la sociedad que es muy permisiva; si el niño se pone ciego de petas, la culpa la tiene el sistema que no le ofrece alternativas.
 

 
En definitiva, el niño nunca tiene culpa de nada. Hemos confundido protección del menor –todo lo que se haga en este aspecto siempre es poco y hay que seguir haciéndolo- con anular toda la responsabilidad que el menor tiene cuando realiza un acto.

Y, mientras tanto, seguiremos dando palos de ciego. La escalada hacia una vida disoluta de borracheras, o de cualquier otra cosa, no aparece de la noche a la mañana. Nadie empieza robando un banco; se empieza robando golosinas en la tienda del barrio. El problema está servido si el niño vivencia que robar en la tienda del barrio no tiene importancia alguna.

Y, finalmente, apuntar la segunda parte del problema. Pensar que educamos bien cuando estamos continuamente volcados en analizar los estados emocionales de los niños para colmárselos. Tanto, que se termina confundiendo que asuman responsabilidades con provocarles un problema psicológico.
 
Asumir responsabilidades y educar en realidades. Los problemas se atajan desde sus raíces y no desde la superficie.

domingo, 9 de junio de 2013

¿Para qué filósofos?


De Platón aprendí que lo cómodo es conformarse con las apariencias.

De Aristóteles aprendí que todos buscamos la felicidad y que ésta no puede separarse de lo que nos hace humanos.

De San Agustín aprendí que un corazón inquieto es capaz de buscar la verdad sin descanso.

De Santo Tomás aprendí que los efectos encierran anhelos de eternidad.

De Descartes aprendí que el pensamiento nos constituye como únicos.

De Hume aprendí que los sentimientos aparecen cuando menos lo esperas.

De Locke aprendí que la separación de poderes es la esencia de la democracia.

De Kant aprendí que el hombre es un fin en sí mismo.

De Rousseau aprendí que el hombre es bueno por naturaleza.

De Marx aprendí que las condiciones materiales de la existencia no deben despreciarse.

De Nietzsche aprendí que la vida necesita ser vivida.

De Wittgenstein aprendí que el lenguaje es un juego que se juega para saber que no estamos solos.


¿Para qué filósofos? ¿Para qué la filosofía? Ya está respondido.