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domingo, 17 de agosto de 2014

¿Algo de lo que has hecho ha mejorado tu vida?

Los jóvenes de ahora, en su mayoría, sufren los estragos de una hipertrofia sentimental. Esta situación produce, entre otras consecuencias, una confusión absoluta entre el plano de lo real y el plano de la posibilidad.

Dicho en términos más comprensibles. Muchos jóvenes creen que los sueños –objetivos buenos que se quieran conseguir- se convertirán en real por el mero hecho de desearlos.

Cuanto más ambicioso sea lo soñado y menos se haga para conseguirlo, más riesgos hay de sufrir, y mucho, cuando la terca realidad se imponga y ese joven soñador descubra la inutilidad de su vida.

No hay que ser un experto en educación para saber que ese proceso descrito ocurre en demasiadas ocasiones. Mucho más cuando los padres, en vez de ejercer como tal, se convierten en los primeros “estimuladores” insensatos de los posibles talentos de sus hijos.

Del dicho al hecho hay un trecho. A todos nos gustaría ser, por ejemplo, un prestigioso cirujano. Pero no todos tenemos la capacidad intelectual para serlo ni, lo que es aún más determinante,  la fuerza de voluntad para prescindir de muchos planes y dedicar esas horas al estudio. Lo soñado, por ser soñado, no es real.

Estamos ante los dos efectos provocados por esta confusión entre sueños y realidad.

El primero, el gran desconocimiento que los jóvenes tienen sobre sus verdaderas capacidades intelectuales. Tarde o temprano, la misma vida les hará situarse pero considero que es una pena que tenga que ser de este modo. Los sufrimientos de este tipo habría que evitarlos. Un padre que no hace comprensiva a su hijo sus capacidades es un auténtico peligro. Al final lo hará escuela, tarde y mal.

El segundo, la inactividad de la voluntad. Este efecto es realmente el más devastador. No estamos ante un problema de pereza cuando un joven sueña con ser astronauta y no hace nada por conseguirlo. El asunto es aún peor.

El gran problema es que su vida diaria podría ser la misma que la de un joven que quisiera ser camarero. Obviamente, el ejemplo, al estar contextualizado, deja claro que no busca ser hiriente con ninguna profesión. Ese joven que quiere ser astronauta no asume ninguno de los sacrificios que su sueño exige.

¿Qué hacer? Lo primero, hacerse la pregunta adecuada en el momento oportuno. Eso, ayudará a ese joven a empezar a reflexionar. Es lo primero aunque no lo único.

La pregunta adecuada es la siguiente: ¿Algo de lo que has hecho ha mejorado tu vida?



domingo, 8 de junio de 2014

Resolución de conflictos: Inteligencia emocional. Dos escenas.

Acerquémonos a un análisis práctico de lo propuesto a través del cine. En concreto, al hilo de dos escenas extraídas de  Matar a un ruiseñor, película estadounidense dirigida en 1962 por Robert Mulligan y protagonizada por Gregory Peck. La cinta está basada en la novela homónima de la escritora Harper Lee, Premio Pulitzer en 1961.




Escena 1

Atticus sorprende a su hija llorando. Resuelve la situación siguiendo los siguientes pasos.

1º No culpa a la maestra de su hijo sino que le ofrece una salida plausible.
2º Le da un consejo válido para cualquier situación.
3º Le propone un pacto.
4º Atiende a su verdadero problema, dándole una solución válida.

Claves

1º Al no culpar a la maestra, posibilita que su hija centre el problema en ella y no en lo que le rodea. Buscar culpables imposibilita que una persona sea dueña de su vida. 

2º El consejo es el siguiente: Nunca llegarás a comprender a una persona hasta que no logres meterte en su piel y sentirte cómodamente. Así, consigue que su hija extraiga una enseñanza vital que va más allá de lo que le está ocurriendo. El presente se arregla preparando el futuro.

3º Le propone un pacto. Es decir, te ayudo con tu problema pero tú tendrás que hacer algo a cambio. Ayudar sin pedir nada a cambio, no educa.

4º Atiende a su verdadero problema sin entrar en discursos racionales. Un conflicto se soluciona desde lo emocional para poder dar paso a lo racional. Las charlas interminables provocan problemas mayores pues la persona se siente juzgada y no ayudada.

Escena 2

La hija de Atticus disuelve a la "masa" de conciudadanos que quiere tomarse la justicia por su mano y que pretende ajusticiar al joven de color acusado, falsamente, de violar a una chica. Atticus, viendo la agudeza de su hija, la dejará proseguir con los argumentos.

Claves

1º La pequeña, individualiza a la masa. Al llamarlos por sus nombres, rompe la barrera inicial entre un grupo y otro.

2º Prosigue la conversación hablando de vivencias comunes entre ellos y su familia. De esta manera, consigue algo más eficaz que la disolución antes mencionada: los personaliza. Es la única manera de aunar voluntades.


Si Aristóteles fuera Ministro de Educación

La sociedad actual –al menos en el mundo occidental- habla de valores en lugar de virtudes. El motivo es sencillo. Los valores son intercambiables, coyunturales, comprometen menos e, incluso, son susceptibles de ser sometidos a votación para elegirlos.

Ejemplos de valores en emergencia: la transparencia, la honradez, el emprendimiento. ¿Por qué? Dos motivos: la inteligencia, menos mal, nos presenta como valor algo que se considera bueno –esa transparencia, esa honradez, ese emprendimiento- añadiéndosele que, en este momento, son sumamente necesarios.

Dentro de diez años, igual no es necesaria tanta transparencia –será así porque se nos está yendo la mano en ese asunto- y pasará a ser un valor la privacidad. Así funcionan los valores.

En definitiva, esto ya viene de antiguo. El utilitarismo inglés lo formuló hace siglos. Convirtamos en valor a aquello que procure la mayor felicidad al mayor número posible de personas. Ahora toca emprender, mañana será otra cosa.

El valor, por tanto, sustituye a los principios. Un principio de vida no es amoldable a lo cambiante. Cuando se habla de valores, no nos engañemos, se está renunciando a la posibilidad de que puedan existir principios que no dependan de las circunstancias.

Honradez, ¿principio o valor? Las conclusiones son evidentes. Ahora interesa. Mañana, ya veremos.


¿Y las virtudes? Pobre Aristóteles. Están arrinconadas e, incluso, mal vistas. Han sido sustituidas por las competencias. Una virtud es un hábito que interioriza un principio. Una competencia es una habilidad que potencia, momentáneamente, un valor.

Igual todo esto es discutible. Si son mejores los principios-virtudes o los valores-competencias.

No obstante, estoy convencido que si giramos, en este punto, la reflexión hacia la educación de los más jóvenes –niños y adolescentes- nuestro filósofo griego, al menos, se echaría las manos a la cabeza.

Un valor y una competencia te hacen útil por un tiempo. Volvamos a los clásicos. Un principio y una virtud te hacen bueno siempre.

domingo, 6 de abril de 2014

Zugzwang: el ajedrez y la vida

Zugzwang hace referencia a una posición propia del ajedrez. Se produce cuando al verse un jugador obligado a jugar –porque es su turno- perderá irremisiblemente la partida. Zugzwang es una palabra alemana que deriva de zug, jugada y zwang, obligación.

Los aciertos de un jugador, o los desaciertos del otro, producen, en ocasiones, estas posiciones que suelen presentarse en los momentos finales de la partida.

En la siguiente posición, es el turno de las negras. El rey negro sólo puede mover a la casilla d7, jugada obligatoria que le hará perder la partida pues tras Rb7, por parte del blanco, el peón coronará.


Esta situación táctica del ajedrez puede dar lugar a diversas reflexiones que relacionen, dicho concepto, con la propia vivencia personal de cada uno. Muchas veces, las situaciones son tan complejas que, se haga lo que se haga, la situación empeorará en todos los casos.

Suele ocurrir esto, por desgracia, en situaciones de indefensión: por ejemplo, en cualquier tipo de acoso. La víctima se ve, siempre, en una situación dramática. Haga lo que haga, empeorará su situación. Por eso, nada peor que dejar a estas personas solas. Una sociedad que deja en soledad a estas personas, convierte al ser humano en una pieza de juego.

Sin embargo, la vida, otras veces, no es tan dura con uno y puede permitir una opción plausible ante cualquier dificultad: dejarlo estar, es decir, negarse a mover pieza porque uno está en su derecho de hacerlo. El ajedrez obliga; la vida, puede que no.

Cabe, finalmente,  la astucia del que, sabiendo que debe mover, lo hará a su manera y negándose a jugar el juego que los demás quieren. Estos son los ejemplares. Aquellos que están a otro nivel. Como Tomás Moro con su querido rey Enrique VIII. 

domingo, 30 de marzo de 2014

La terminal, metáfora de muchas cosas

La Terminal quizás sea una película menor de Steven Spielberg. Dirigida en 2004, e interpretada por Tom Hanks (Viktor Navorski), Catherine Zeta-Jones (Amelia Warren), y Stanley Tucci (Frank Dixon) no deja de ser una comedia que se aleja de lo propio de un Spielberg que intenta, sin acierto, emular al gran Frank Capra.

Viktor Navorski, natural de Krakozhia, llega a Nueva York, al aeropuerto JFK. En el transcurso de su viaje, su país sufre un golpe de estado. Por tal motivo, y al romperse las relaciones diplomáticas de Estados Unidos con su país, Viktor Navorski se convierte en un indocumentado que no podrá salir de la terminal hasta que se resuelva el conflicto.

Aquí comienza la película y la peripecia del protagonista. Frank Dixon, responsable del aeropuerto, será su pesadilla particular. La trama no da para mucho pero la intención del guión, sí. La terminal es metáfora de demasiados asuntos.


Viktor Navorski es ciudadano de ninguna parte, atrapado en un aeropuerto que es metáfora de un mundo desconocido y hostil. La hostilidad está representada por la legalidad que representa Frank Dixon. Viktor Navorski llega en avión aunque podría haber llegado, perfectamente, en una patera.

Viktor Navorski hace amigos. Principalmente con dos empleados del aeropuerto que no son estadounidenses y con problemas pendientes de solucionar. Las relaciones humanas como metáfora del desamparo.

Viktor Navorski sabe querer a una mujer que, como él, espera a que su vida tenga alguna solución. La espera como metáfora de la esperanza.

Viktor Navorski sabe buscarse la vida. No tiene un duro y empieza a sentir la dureza del hambre. La necesidad como metáfora del emprendedor. No necesita cursos sobre emprendedurismo. 

 https://www.youtube.com/watch?v=ndSn1GdsAjY Vídeo ilustrativo de su emprendimiento.

Viktor Navorski esconde un secreto. El por qué de su viaje a Estados Unidos. Quizás, la metáfora más lograda de la película.

sábado, 1 de febrero de 2014

La derecha líquida Quo vadis, PP?

La modernidad líquida puede considerarse una categoría sociológica acuñada por Zygmunt Bauman. Surfeamos en las olas de una sociedad líquida siempre cambiante –incierta– y cada vez más imprevisible.
 
Ese “surfear” quizás sea la acción –“surfear” no deja de ser un verbo- que mejor defina la situación del individuo postmoderno. No se transita ya sobre terreno firme sino sobre un líquido –el agua- siempre cambiante. Los líquidos no conserven su una forma durante mucho tiempo. Están dispuestos a cambiarla fácilmente. Al individuo, no le queda otra: surfear y adaptarse al cambio. Es más: ser el mismo un continuo cambio.
 
En una modernidad líquida –sociedad líquida, hombre líquido, educación líquida, etc. pues Bauman fusiona todo- no es posible planificar el futuro ya que todo es global y todo nos influye y sin que haya una proporción entre los efectos y las causas. Nunca se sabe cuando puede estallar algo que eche por tierra cualquier pronóstico.
 
Es lo que ocurre con la economía: una simple declaración inoportuna puede provocar desastres bursátiles. Es lo que ocurre a los dirigentes políticos: una caída cazando puede propiciar el descrédito de una institución. Es lo que ocurre en Twitter: un comentario desafortunado puede incendiar la red social.
 
Algo parecido puede ocurrirnos en nuestra vida personal. Nuestra identidad es digital y esto, nadie lo pone en duda, acarrea ciertos riesgos si uno no tiene la cabeza amueblada. Esta identidad es, cada vez, menos estable, fragmentaria y débil pues debe reinventarse continuamente para mantenerse con un perfil idóneo (Hecho que está haciendo estragos entre la gente joven)
 
 
Es lo que ocurre con el consumo. El consumismo no se define ya por la acumulación de cosas sino por el breve goce de éstas. Es lo que ocurre con el conocimiento. Ya no es perdurable, sino de usar y tirar.
 
Y, en definitiva, es lo que ocurre con la política. Los grandes discursos programáticos han pasado a la historia simplemente porque no se pueden mantener. Los grandes programas versaban sobre cosas sólidas y sólido, ya no queda nada.
 
El Partido Popular, partido que sustenta el gobierno, vive en esa encrucijada de la sociedad líquida. No es posible mantener fuertes promesas porque la situación es tan cambiante que no es posible hacerlo. Mariano Rajoy, lo sabe y, por la tanto, ha hecho del pragmatismo su bandera y de la crisis económica su única ocupación.
 
Si, al menos, la economía mejora, esa porción de la sociedad que se resiste a ser líquida, quizás le perdone su manera de surfear.

domingo, 19 de enero de 2014

Un día de furia y Gamonal

Es cierto que William Foster (Michael Douglas), protagonista de Un día de furia, es una persona con problemas personales serios. Sin embargo, la causa de su reacción en cadena no tiene nada que ver con su situación vital.

La película, dirigida en 1993 por Joel Schumacher, es meridianamente clara en este sentido. William Foster queda atrapado en un atasco. Hace calor, no tiene un buen día. Se va desesperando y pierde la paciencia.

Sin embargo, no pierde la paciencia por la situación. La pierde porque no comprende como cientos y cientos de ciudadanos, como él, pueden soportar tal escenario sin quejarse lo más mínimo. Desde ese momento, su reacción –la trama de película- irá en un crescendo violento que encierra una crítica social demoledora.

William Foster no es un desequilibrado. Es un ciudadano indignado.
 
 
El mayor acierto de Joel Schumacher es mostrarnos la delgada línea que separa la sensatez cívica de la rabia. El ser humano no sabe cuando puede ocurrirle eso. Y, mucho menos, lo saben los gobernantes.
 
Las acciones que comete William Foster son condenables. El fin nunca justifica los medios. Y, mucho menos, si los medios son violentos. El discurso racional es la única arma sensata en estas situaciones.
 
Sin embargo, y prácticamente hasta las escenas finales de la película, el espectador simpatiza con el protagonista.
 
¿Por qué? Porque no hay quién escuche discurso racional alguno. Y, mucho menos, desde las instancias políticas.
 
William Foster se ve solo, sabe que está solo. Los demás, seguirán aguantado atascos sin hacer nada. Por eso fracasa.
 
¿Hubiera sido otra la película si se hubieran unido a William Foster cientos de ciudadanos haciendo lo mismo? ¿Hubiera triunfado, entonces?
 
Pienso que no. O quiero creer que no.
 
Joel Schumacher habría reconfigurado, en esa nueva situación, el guión de la película haciendo surgir la figura de un líder que amansara la indignación gracias a su catadura moral.
 
Final de película.

lunes, 13 de enero de 2014

Aprender a dejarlo estar

La afamada frase de Herman Hesse -Algunos pensamos que lo que nos hace más fuertes es aguantar pero otras es dejarlo estar- siempre me ha parecido una sentencia sugerente y de gran calado filosófico y psicológico.

Link que nos remite a una escena final de la serie Mentes criminales en la que se ejemplifica la frase de Hesse: https://www.youtube.com/watch?v=0VD0pK6Abvc

Filosófico, porque ese dejarlo estar nos remite a la realidad.

Psicológico, porque la frase, en su conjunto, es una bofetada conceptual a la insensata moda psicológica que no para de insistir en la importancia que tiene que cultivemos nuestros sueños para ser feli

Hagamos un sencillo análisis de la cuestión filosófica.

La vida moderna, más bien posmodernidad, en la que vivimos ha dado primacía al soñar sobre la realidad. Y, esto, de muchas maneras. Algunos ejemplos:

-En lo económico, con créditos que permitían (ya no) comprar lo soñado.
-En lo estético, permaneciendo siempre joven y sin arrugas aunque haya que pagar un alto precio.
-En la diversión, con una estrategia de publicidad que disuelve las edades apropiadas para hacer cualquier tipo de plan. Cualquier edad es buena para cualquier cosa.
-En lo moral, vaciando la responsabilidad personal en pro de una responsabilidad legal.
-En el esfuerzo, sustituyéndolo por el cansino emprendimiento como si el éxito surgiera por generación espontánea.



En definitiva, y para no alargar la cuestión, sustitutos falsos de una realidad que, tarde o temprano, se impondrá para derrumbarnos: porque el crédito se acaba, las arrugas llegarán, los años pesan, la responsabilidad moral es una realidad o el esfuerzo no es sustituible.

Finalmente, el aspecto psicológico.

Cumple tus sueños, busca en tu interior, escucha tu corazón y lindezas de este tipo conducen, como mínimo, a la frustración. Porque los sueños tiene que ser realistas, el interior no se puede entender sin lo exterior o porque en el corazón debe resonar también los demás.

Lo de cumple tus sueños es especialmente peligroso porque, desafortunadamente, nuestra juventud, por influencias y educación, esta creciendo en este clima de excitación del yo sin poner los pies en la realidad. La realidad de las propias capacidades y limitaciones.

No nos perdamos. Por ejemplo. Si no tienes visión espacial ninguna ¿cómo pretendes ser arquitecto? ¿Nadie te ha dicho, con cariño y sin ofenderte, que deberías tener otro sueño?

Hesse nos ofrece el antídoto. Uno es dueño de su vida cuando saber que hay cosas, situaciones, sueños, relaciones, que, simplemente, hay que dejarlas estar




sábado, 4 de enero de 2014

House y la autoestima

Uno de los grandes errores de análisis que ha propiciado la psicologización desmesura de nuestra vida cotidiana es, sin duda, el que se refiere a la autoestima, esa pretendida valoración que hacemos de nosotros mismos y la inmensa influencia -supuesta influencia- que tiene en nuestra felicidad.
 
Que gran mentira. La autoestima no es un sentimiento propio. Es un sentimiento impuesto por los demás. Nos vemos como nos ven los demás. La autoestima no es más que ese espejo que los demás usan para vernos y que tomamos como único espejo posible para mirarnos a nosotros mismos.
 
La necesidad de agradar a los demás se ha impuesto como filosofía de vida.
 
Esa necesidad de agradar, a toda costa, produce un vaciamiento del propio yo. En definitiva, la riqueza de una persona –que no haga el mal a sabiendas- se mide por el grado de desagrado que genera a su alrededor. Sin embargo, ocurre lo contrario.
 
Nos vemos como nos ven los demás. La gasolina de esta manera de percibirnos es la necesidad de agradar. Queremos agradar porque es costoso remar solo. Y a todo esto, que es bastante simple, le llaman autoestima. El resultado es claro: aturdimiento mental.



 

Muchos gurús de la salud mental deberían aprender del doctor House.

 

House y la aprobación de los demás

Ya. Es cierto. Es insoportable, maleducado, grosero, etc., etc. Sin embargo, House no tiene problemas de autoestima. La razón es muy sencilla: desprecia la aprobación y el aplauso, no le gustan las aprobaciones públicas de aprobación. House desconfía de este tipo de motivaciones.
 
En definitiva, aquí está el quid de la cuestión y, nuevamente, gracias a esa psicologización dañina. Tras autoestima, los gurús no para de hablar de motivación. Y, como son muy suyos, han unido motivación a quedar bien. Hasta tal punto esto es así que cuesta trabajo motivarse si no hay aplausos.
 
La solución, nuevamente, la podemos encontrar en el propio House.  Le importa más la verdad que la aprobación de la gente. Eso es lo que le motiva. Eso es lo que le hace mirarse a sí mismo sin espejos.