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domingo, 8 de junio de 2014

Resolución de conflictos: Inteligencia emocional. Dos escenas.

Acerquémonos a un análisis práctico de lo propuesto a través del cine. En concreto, al hilo de dos escenas extraídas de  Matar a un ruiseñor, película estadounidense dirigida en 1962 por Robert Mulligan y protagonizada por Gregory Peck. La cinta está basada en la novela homónima de la escritora Harper Lee, Premio Pulitzer en 1961.




Escena 1

Atticus sorprende a su hija llorando. Resuelve la situación siguiendo los siguientes pasos.

1º No culpa a la maestra de su hijo sino que le ofrece una salida plausible.
2º Le da un consejo válido para cualquier situación.
3º Le propone un pacto.
4º Atiende a su verdadero problema, dándole una solución válida.

Claves

1º Al no culpar a la maestra, posibilita que su hija centre el problema en ella y no en lo que le rodea. Buscar culpables imposibilita que una persona sea dueña de su vida. 

2º El consejo es el siguiente: Nunca llegarás a comprender a una persona hasta que no logres meterte en su piel y sentirte cómodamente. Así, consigue que su hija extraiga una enseñanza vital que va más allá de lo que le está ocurriendo. El presente se arregla preparando el futuro.

3º Le propone un pacto. Es decir, te ayudo con tu problema pero tú tendrás que hacer algo a cambio. Ayudar sin pedir nada a cambio, no educa.

4º Atiende a su verdadero problema sin entrar en discursos racionales. Un conflicto se soluciona desde lo emocional para poder dar paso a lo racional. Las charlas interminables provocan problemas mayores pues la persona se siente juzgada y no ayudada.

Escena 2

La hija de Atticus disuelve a la "masa" de conciudadanos que quiere tomarse la justicia por su mano y que pretende ajusticiar al joven de color acusado, falsamente, de violar a una chica. Atticus, viendo la agudeza de su hija, la dejará proseguir con los argumentos.

Claves

1º La pequeña, individualiza a la masa. Al llamarlos por sus nombres, rompe la barrera inicial entre un grupo y otro.

2º Prosigue la conversación hablando de vivencias comunes entre ellos y su familia. De esta manera, consigue algo más eficaz que la disolución antes mencionada: los personaliza. Es la única manera de aunar voluntades.


Si Aristóteles fuera Ministro de Educación

La sociedad actual –al menos en el mundo occidental- habla de valores en lugar de virtudes. El motivo es sencillo. Los valores son intercambiables, coyunturales, comprometen menos e, incluso, son susceptibles de ser sometidos a votación para elegirlos.

Ejemplos de valores en emergencia: la transparencia, la honradez, el emprendimiento. ¿Por qué? Dos motivos: la inteligencia, menos mal, nos presenta como valor algo que se considera bueno –esa transparencia, esa honradez, ese emprendimiento- añadiéndosele que, en este momento, son sumamente necesarios.

Dentro de diez años, igual no es necesaria tanta transparencia –será así porque se nos está yendo la mano en ese asunto- y pasará a ser un valor la privacidad. Así funcionan los valores.

En definitiva, esto ya viene de antiguo. El utilitarismo inglés lo formuló hace siglos. Convirtamos en valor a aquello que procure la mayor felicidad al mayor número posible de personas. Ahora toca emprender, mañana será otra cosa.

El valor, por tanto, sustituye a los principios. Un principio de vida no es amoldable a lo cambiante. Cuando se habla de valores, no nos engañemos, se está renunciando a la posibilidad de que puedan existir principios que no dependan de las circunstancias.

Honradez, ¿principio o valor? Las conclusiones son evidentes. Ahora interesa. Mañana, ya veremos.


¿Y las virtudes? Pobre Aristóteles. Están arrinconadas e, incluso, mal vistas. Han sido sustituidas por las competencias. Una virtud es un hábito que interioriza un principio. Una competencia es una habilidad que potencia, momentáneamente, un valor.

Igual todo esto es discutible. Si son mejores los principios-virtudes o los valores-competencias.

No obstante, estoy convencido que si giramos, en este punto, la reflexión hacia la educación de los más jóvenes –niños y adolescentes- nuestro filósofo griego, al menos, se echaría las manos a la cabeza.

Un valor y una competencia te hacen útil por un tiempo. Volvamos a los clásicos. Un principio y una virtud te hacen bueno siempre.