La
modernidad líquida puede considerarse una categoría sociológica acuñada por Zygmunt
Bauman. Surfeamos en las olas de una sociedad líquida siempre cambiante
–incierta– y cada vez más imprevisible.
Ese “surfear”
quizás sea la acción –“surfear” no deja de ser un verbo- que mejor defina la
situación del individuo postmoderno. No se transita ya sobre terreno firme sino
sobre un líquido –el agua- siempre cambiante. Los líquidos no conserven su una
forma durante mucho tiempo. Están dispuestos a cambiarla fácilmente. Al
individuo, no le queda otra: surfear y adaptarse al cambio. Es más: ser el
mismo un continuo cambio.
En una
modernidad líquida –sociedad líquida, hombre líquido, educación líquida, etc.
pues Bauman fusiona todo- no es posible planificar el futuro ya que todo es
global y todo nos influye y sin que haya una proporción entre los efectos y las
causas. Nunca se sabe cuando puede estallar algo que eche por tierra cualquier
pronóstico.
Es lo
que ocurre con la economía: una simple declaración inoportuna puede provocar
desastres bursátiles. Es lo que ocurre a los dirigentes políticos: una caída cazando puede
propiciar el descrédito de una institución. Es lo que ocurre en Twitter: un
comentario desafortunado puede incendiar la red social.
Algo
parecido puede ocurrirnos en nuestra vida personal. Nuestra identidad es
digital y esto, nadie lo pone en duda, acarrea ciertos riesgos si uno no tiene
la cabeza amueblada. Esta identidad es, cada vez, menos estable, fragmentaria y
débil pues debe reinventarse continuamente para mantenerse con un perfil idóneo
(Hecho que está haciendo estragos entre la gente joven)
Es
lo que ocurre con el consumo. El consumismo no se define ya por la acumulación
de cosas sino por el breve goce de éstas. Es lo que ocurre con el conocimiento.
Ya no es perdurable, sino de usar y tirar.
Y,
en definitiva, es lo que ocurre con la política. Los grandes discursos programáticos
han pasado a la historia simplemente porque no se pueden mantener. Los grandes
programas versaban sobre cosas sólidas y sólido, ya no queda nada.
El Partido
Popular, partido que sustenta el gobierno, vive en esa encrucijada de la
sociedad líquida. No es posible mantener fuertes promesas porque la situación
es tan cambiante que no es posible hacerlo. Mariano Rajoy, lo sabe y, por la
tanto, ha hecho del pragmatismo su bandera y de la crisis económica su única
ocupación.
Si,
al menos, la economía mejora, esa porción de la sociedad que se resiste a ser
líquida, quizás le perdone su manera de surfear.