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miércoles, 14 de enero de 2015

No olvides que yo no puedo verme, que mi papel se limita a ser el que mira el espejo

Jacques Rigaut, escribió: No olvides que yo no puedo verme, que mi papel se limita a ser el que mira el espejo.

Frase enigmática donde las halla. No menos que la vida de su autor, ese poeta de principios de siglo XX, angustiado por el surrealismo de su existencia. 

Más allá de su vida y de su poesía -no conozco su vida salvo lo que todos conocen de ella y no he leído su poesía ni pienso hacerlo- la frase es una de esas sentencias que cautivan, se memorizan con facilidad y que no se pueden quitar de la cabeza. Quizás, por el propio enigma y paradoja que encierran.

Solo nos vemos a nosotros mismos, nuestro rostro,  cuando nos miramos en un espejo o aquello que haga sus veces. Por tal motivo, si eso no fuera posible -por las causas que sean; el autor no ha tenido la bondad de apuntarlas- al mirar al supuesto espejo veríamos todo en lo que en él se refleja menos a nosotros mismos.

¿Qué nos queda entonces? Mirar el espejo ¿Por qué? Porque nunca se puede dejar de mirar. ¿Por qué el espejo? No hay otra cosa que mirar. La frase es clara, al menos, en este sentido. 

Demos pistas. ¿No será entonces el espejo metáfora de otra cosa? La clave está en el propio autor, aquel que se sentía vivo cuando experimenta su inexistencia y que, para su martirio, veía su nombre escrito en todos los espejos. Por eso, la urgencia vital de no verse reflejado en ellos.

Se hacía necesario explicar la frase. Se escriben muchas inexactitudes sobre su significado. 

¿Algo más? Sí. Hoy lo tendría más difícil.Más difícil ese borrar su nombre de todos los espejos.

El mundo, interconectado, es un inmenso espejo. Nos  ven, nos vemos, nos dejamos ver, nos gustan que nos vean, nos gusta vernos. Nuestro nombre escrito en todo el espejo. Un auténtico hartazgo de existencia. Tanta y tanta que ésta está dejando de ser real. No somos nosotros, No estamos convirtiendo en el espejo.